Los debates son historia, el cuerpo a cuerpo entre los candidatos ha pasado a mejor vida, y quedan tan sólo cinco días para que el Labour, los tories y los libdems llevan al redil al millón escaso de ciudadanos que van a decidir el nuevo gobierno británico: los indecisos en el centenar de circunscripciones marginales que pueden cambiar de manos el próximo jueves. Todo lo demás son votos de alto valor simbólico pero inútiles al fin y al cabo.
¿Cómo han cambiado las cosas desde hace tres semanas, antes de que la novedad de los duelos dialécticos entre los candidatos al más puro estilo presidencial norteamericano invadiera los hogares del Reino Unido y enganchara delante de la tele a una audiencia de nueve millones de personas?. Sobre todo, con el auge de los liberaldemócratas, que han aprovechado una atención sin precedentes para difundir sus ideas y la imagen juvenil de su líder como alternativa a la política de toda la vida.
Antes de los debates, las elecciones eran un pulso entre Brown y Cameron, con Nick Clegg como un virtual desconocido en el papel de comparsa, que a lo más que podía aspirar era a robarles escaños aquí y allá a uno y a otro. Ahora, salvo que la burbuja libdem estalle en el último momento pinchada por los ataques concertados de sus rivales, el equilibrio de poderes hace muy difícil una mayoría absoluta y plantea todo tipo de diabólicas posibilidades para la formación de un gobierno de coalición.
A Cameron le pilló desprevenido el primer debate y actuó como el favorito que no responde a los expectativas. Nick Clegg, gracias a la novedad y a su lenguaje fresco y desenfadado, le ganó por goleada, apropiándose del manto del cambio y desnudándolo como un político más del sistema, a pesar de que nunca ha estado en el gobierno. Brown hizo buena la teoría de que es un mal comunicador, en cuyo diccionario no está la palabra carisma y capaz de aburrir hasta a las ovejas con su tono monótono y su expresión adusta.
El candidato conservador reaccionó en los dos siguientes debates, combinando la agresividad verbal con una imagen de líder, el lenguaje duro en cuestiones como la inmigración y el euro con caramelos a los pobres y las minorías sacados del saco del "conservadurismo con rostro humano" heredado de los republicanos de los Estados Unidos. Clegg mantuvo el tipo, sus ofertas de consenso calaron en amplios grupos de votantes, pero la repetición hasta la saciedad de que "hace falta una nueva política" y que él es la "alternativa al sistema" acabaron sonando a disco rayado, Brown siguió en sus trece, un compendio prodigioso de cifras a las que no sabe ponerles corazón, ni siquiera cuando mete el dedo en la llaga y acusa a Cameron de representar los intereses de los ricos al reducir el impuesto hereditario al tiempo que elimina créditos fiscales a las familias con hijos.
Despejado el panorama tras el paso de la nube de ceniza volcánica que fueron los debates, Cameron sigue líder en porcentaje de voto con un 34%, muy lejos sin embargo del 40% que se estima que necesita para arrebatar 116 escaños a laboristas y liberaldemócratas, y obtener la mayoría absoluta. El Labour y los libdems mantienen, según las encuestas, un codo a codo, con entre un 27 y un 30% de apoyo. Ahí esta el gran impacto de los debates, la posibilidad de que el partido del gobierno quede incluso tercero. Brown y su partido se asoman al abismo político, y corren el riesgo no tan sólo de perder las elecciones, sino de un cisma interno para recuperar la identidad perdida con las reformas centristas de Blair y su tercera vía.
"El resultado de las elecciones no está ni mucho menos decidido - dijo el líder tory en un acto electoral en Derby-,y ahora entramos en la fase más difícil, la de acercarnos a los rincones más recónditos del país y persuadir a los millones de votantes indecisos de que el cambio somos nosotros". En realidad, el epicentro del potencial terremoto son tan sólo un centenar de circunscripciones que pueden cambiar de manos el 6 de mayo. Las quinientas cincuenta restantes están decididas de antemano. A Brown se le vió cansado y deprimido al final del tercer debate, como el púgil que va perdiendo a los puntos y sabe que se ha evaporado la oportunidad de ganar con un golpe decisivo. En palabras de Cameron, parece un político desesperado.
En consecuencia, el Labour ha sacado del armario su última escopeta, aún sabiendas de que está tan vieja y con el punto de mira tan torcido que fácilmente el tiro le puede salir por la culata. Tony Blair ha abandonado por unos días las multimillonarias conferencias para hacer campaña en localidades con un voto tradicional de izquierdas que coquetean con los tories o los libdems. "Ser primer ministro es un trabajo muy difícil, lo sé de primera mano - señaló en Harrow, un suburbio del norte de Londres-,y no me cabe duda de que Brown es el mejor preparado para hacerlo, todavía puede ganar".
Al fin y a la postre, todas las elecciones son un debate entre el continuismo y el cambio. Después de trece años de un gobierno laborista que ha llevado al país a una guerra injusta, a la ruina económica y niveles sin precedentes de corrupción, el electorado británico no quiere más de lo mismo. Cameron tiene la pelota, aunque no está muy claro si su táctica son los balones en profundidad a la inglesa o el tiqui-taca a la brasileña. Necesita el apoyo de otro millón de compatriotas para que su previsible victoria en porcentaje de voto se traduzca también en el mayor número de escaños, y ser el primero a la hora de intentar formar gobierno.
INMIGRACIÓN: Inglaterra no es Arizona
No hay ni remotamente tanta tensión como en Arizona, pero la cuestión de la inmigración levanta también muchas ampollas en el Reino Unido. Es un debate lleno de hipocresía, porque cuando las cosas van bien los británicos quieren tener jardineros, paletas y niñeras de allende los mares con sueldos muy inferiores a lo que piden los nativos, y en tiempos de recesión, ´que se vayan a su casa´. El candidato liberal demócrata
Nick Clegg es el único que coge el toro por los cuernos al proponer una amnistía para todos aquellos ilegales que lleven por lo menos diez años en el país y estén dispuestos a pagar impuestos y compensar las irregularidades del pasado con horas de servicio comunitario. Ello le ha valido las críticas de sus dos rivales, Cameron y Brown, que apelan al voto populista y nacionalista británico no exento de toques de xenofobia. El conservador alega que la entrada anual de 140.000 extranjeros es insostenible, y propone una cuota. El laborista se escuda en el sistema del carnet de puntos a la australiana, que da prioridad a los aspirantes que hablen inglés, tengan conexiones en el país, carezcan de antecedentes penales y trabajen en sectores donde haya demanda de mano de obra que los locales no pueden satisfacer.
