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02/02/2007 | Transparencia - Scotland Yard vuelve a interrogar a Blair por la venta de títulos a donantes laboristas

Rafael Ramos

El líder de la oposición pide al ´premier´ que abandone el poder y se "vaya con dignidad"

 

El rostro cansado de Tony Blair registra una creciente y lógica preocupación. La policía habla de un posible encubrimiento y obstrucción a la justicia en Downing Street. El líder conservador David Cameron pide públicamente al primer ministro que abandone el poder y "se vaya con dignidad". Los labios de políticos, periodistas y diplomáticos empiezan a farfullar la palabra maldita: Watergate.

Tras ser interrogado por segunda vez por Scotland Yard como testigo en el cada vez más farragoso escándalo de la venta de títulos nobiliarios a cambio de donaciones al Partido Laborista en la campaña del 2005 por valor de más de 20 millones de euros, Blair guarda un silencio de funeral político. Sigue pareciendo improbable que sea imputado criminalmente de algún delito (aunque las apuestas han bajado a 7/ 1), pero su autoridad disminuye cada día y el vacío de poder en Londres es palpable. Los británicos están habituados a transiciones fulminantes, al contrario que EE. UU. y otras democracias europeas con interregnos mucho más largos entre un gobierno y otro. La sensación es extraña: militares y jueces le pasan cuentas pendientes y aprovechan su debilidad para anunciar las limitaciones de las fuerzas armadas y el exceso de población penitenciaria.

"Es como si presenciáramos a cámara lenta cómo se estrella el coche del Labour, sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo", dijo un diputado laborista tras hacerse pública la segunda comparecencia de agentes de Scotland Yard en Downing Street para que el primer ministro declarase durante tres cuartos de hora. Otro parlamentario compara a Blair con un ludópata adicto al poder, que empezó ganando en la ruleta, perdió su capital con las manipulaciones de la guerra de Iraq, y en vez de irse permanece en el casino agotando no sólo su capital político, sino también el del laborismo.

A Blair se le ha perdido el miedo y el respeto, lo cual no deja de ser un poco triste, porque se trata de uno de los políticos contemporáneos más carismáticos, y bajo su mandato el Reino Unido ha desarrollado un gran dinamismo y modernidad. El líder nacionalista escocés Alex Salmond tuvo la osadía de dirigirse a él en un reciente debate parlamentario con las manos entrecruzadas, como sugiriendo que cualquier día la policía puede ponerle las esposas.

Seguramente la sangre no llegue al río, pero prueba de la gravedad de la situación es que el interrogatorio a Blair se produjo el viernes pasado y tan sólo ahora Downing Street ha hecho el anuncio. Los agentes de Scotland Yard fueron introducidos en secreto en la residencia del primer ministro, y ni siquiera el departamento de prensa fue informado. Al primer ministro se le tomó declaración como testigo y no como sospechoso, y la policía ha agradecido su plena cooperación. No se descartan nuevas visitas de cortesía.

Todavía más grave es que cuatro días después de la comparecencia policial en los aposentos del primer ministro, el recaudador de fondos del Labour, Lord Levy, fue arrestado de nuevo, esta vez como sospechoso del delito más grave de obstrucción a la justicia, que conlleva una pena máxima de cadena perpetua, aunque en la práctica nunca nadie ha sido condenado a más de dos años. Son las crecientes especulaciones de un encubrimiento - el gran pecado de Nixon- las que llevan a comparaciones con el Watergate.

La prensa de los últimos días ha recogido filtraciones policiales sobre la existencia de un sistema paralelo de comunicación por correo electrónico entre los funcionarios de Downing Street, del que al parecer se han borrado e-mails clave en la investigación de la venta de títulos nobiliarios pero que en teoría Scotland Yard ha recuperado por lo menos parcialmente con la asistencia de informáticos de Estados Unidos. En total 90 personas han sido interrogadas hasta ahora, y cuatro de ellas detenidas, incluidos lord Levy y Ruth Turner, asesora política del premier.

La Vanguardia (España)

 



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