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21/06/2010 | Kirguizistán - Cada uno deberá afrontarlo solo

Gonzalo Aragones

Los vecinos de Osh, uzbekos y kirguises, comienzan a regresar a sus casas y negocios. Tenderos uzbekos rotularon sus puestos en el mercado con la palabra 'kirguís' para protegerse.

 

Nos atacaron de repente. Eran unos cincuenta. Comenzaron a quemar el portalón de la casa, pero lo apagamosmientras se entretenían en sacar el coche y prenderle fuego", dice Shavkat Iminov, un uzbeko de 46 años que enseña a La Vanguardia el amasijo de hierros en que se convirtió el vehículo. "Mis hijos les plantaron cara y terminaron en el hospital. A Lukbek y a Alisher les dispararon, tienen una bala en el pecho y en la pierna. A Amabek le acuchillaron". 
Iminov hace negocios entre Osh y Almaty, en Kazajistán. Tiene una buena casa que todavía está construyendo él mismo, con un patio bien cuidado en el que asoma alguna enredadera. Pero ahora las ventanas están rotas, los muebles tirados y todo en un completo desorden. Los atacantes quemaron los dos coches de la familia, el que han retirado de la calles para que no estorbe y otro que dios sabe dónde estará. Robaron la televisión, el frigorífico y el microondas. "Estábamos escondidos en la mezquita. Volví ayer con mi padre y mi hermana, pero no nos quedamos a dormir", dice desolado. "El día que pasó todo habría dos mil personas en esta calle quemando las casas. Mataron a muchos". 
La minoría uzbeka en el sur de Kirguistán no es pobre. Como Shavkat Iminov, muchos se dedican a los negocios, son emprendedores e independientes. En los barrios de Osh es fácil distinguir dónde viven los uzbekos y dónde los kirguises. Más apegados a la tierra, los uzbekos viven en casas bajas, normalmente con un patio y, si es posible, con un huerto. En la ciudad, los kirguises prefieren vivir en pisos, en los edificios cuadrados de factura soviética. 
Tras los enfrentamientos entre las dos etnias son muy pocos los uzbekos que han quedado en la ciudad que echan mano de la ayuda humanitaria. "Yo siempre he trabajado y confío poco en lo que te pueda dar el Gobierno", explica 
Ibrahim Abduyaparov, que se dedica a la construcción. "Alquilo en el bazar la maquinaria que necesito. Y como señal dejo mi pasaporte". Ayer consiguió por fin hablar con el hombre que le arrienda las máquinas. "Menos mal que ese puesto no se quemó y mi pasaporte seguía allí", dice aliviado en el Mercado Central de Osh, que ayer volvía a empezar prácticamente de cero. 
La mitad de los puestos de venta están destruidos. Sólo queda el esqueleto de las casas y las cenizas como testigos del fuego. La mayor parte de las tiendas quemadas pertenecen a uzbekos. En algunas de las que están intactas, los dueños pintaron en mayúsculas la palabra kirguís para que los atacantes las respetaran. 
Pocos son los comerciantes que han llegado y comienzan a limpiar. Protegidos con mascarillas, recogen los desperdicios de una carnicería que el tiempo ha hecho pestilentes. Los que se han quedado sin negocio miran estupefactos lo que queda. Ermek Kastanbek, kirguís de 36 años, está resignado. Vino ayer con su familia por primera vez, una semana después de los disturbios. 
"Teníamos una tienda de papelería y juguetes. No la quemaron, pero la rompieron y robaron todo. Vivimos aquí al lado, y vimos cómo ardía todo el bazar, pero teníamos miedo de acercarnos", confiesa. Ermek no sabe qué hacer. "No creo que haya ayudas, cada uno deberá afrontarlo solo, no sé, tal vez con créditos". 
En el mercado me encuentro también con Nurila Eshenbekova, de 47 años, que ha abierto su pequeño puestecito de zapatos. "He llegado hace quince minutos. Estaba en casa. Tenía miedo". Al lado, un puesto de venta que es todo una esperanza para Osh. Hay sacos repletos de garbanzos, guisantes, judías, arroz, especias... "Todo está volviendo a la normalidad", confirma Ludmila Sajarova, rusa de 74 años, una de las primeras clientas.

"Cada uno deberá afrontarlo solo"

Ayuda de la ONU


Los que no pueden volver todavía a sus hogares son los 400.000 refugiados que, según estimaciones de las Naciones Unidas, ha causado el último conflicto interétnico de Kirguistán. El secretario general de de la ONU, Ban Ki Mun, anunció ayer que va a pedir 71 millones de dólares en ayudas para hacer frente a la crisis humanitaria en este país de Asia Central. Muchos de los que abandonaron su hogar en la última semana huyendo de la violencia se refugiaron en Uzbekistán. Se calcula que son 75.000, y la mitad han sido acogidos en campos. Sin embargo, miles de refugiados que siguen en Kirguistán se agolpan en las regiones próximas a la frontera en ínfimas condiciones de vida e higiene. 

La Vanguardia (España)

 


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