Inteligencia y Seguridad Frente Externo En Profundidad Economia y Finanzas Transparencia
  En Parrilla Medio Ambiente Sociedad High Tech Contacto
En Profundidad  
 
10/04/2007 | Vigencia de Tocqueville en el diálogo atlántico

Florentino Portero

Publicado en el libro “Alexis de Tocqueville. Libertad, igualdad, despotismo” recopilatorio de las jornadas de reflexión y homenaje a este gran pensador, organizadas por el Instituto Canovas del Castillo de la Fundación FAES, 12 y 13 de diciembre de 2005

 

Quiero agradecer a FAES su amable invitación a participar en estas jornadas, más aún cuando yo soy el único de los presentes que no es un especialista en Tocqueville. Precisamente por eso, es mi intención abordar en esta intervención la vigencia de los debates provocados por el libro de Tocqueville, La democracia en América, en lo que es hoy el diálogo trasatlántico, o si se prefiere, la bronca trasatlántica, pues un profundo desencuentro viene caracterizando las relaciones entre ambas orillas del Atlántico, sobre todo desde la guerra de Irak, pero también de forma muy evidente desde el derrumbe del Muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética y el inicio de una nueva etapa.

Desde esta perspectiva, partiendo del hecho de que soy un analista de Política Internacional, no de Historia de las Ideas, y de que la mayoría de los aquí presentes somos españoles, quiero concentrarme en pocos puntos, quizá sólo cuatro, que entiendo relevantes para acercarnos desde nuestra realidad a la formidable obra de Tocqueville.

El primer punto a destacar es el de su sorprendente vigencia, sobre todo teniendo en cuenta que Tocqueville no dedicó tanto tiempo a Estados Unidos. Era un hombre lúcido, un francés que formaba parte de la elite cultural y política, con muchos intereses, que supo anticipar muchas cosas, pero no podemos olvidar que él vio un Estados Unidos todavía naciente; faltaban aún por pasar muchísimas cosas para que fuera cuajando la nación que hoy conocemos. Faltaba incluso la propia ocupación territorial, quedaban décadas de guerras contra los indios, había muchísimo por hacer, pero él supo ver en aquel primer Estados Unidos elementos troncales, elementos esenciales, que nos ayudan todavía hoy a entender ese país.

En mi época, ya quizá un poco lejana, de joven profesor de Historia en el Reino Unido, una de las cosas que más me sorprendía era que mis colegas encargados de dar cursos sobre Estados Unidos exigieran como primera lectura a sus alumnos Democracia en América. Yo conocía a muchos de esos profesores por la convivencia normal que se produce dentro de un college y les puedo asegurar que, casi sin excepción, eran simpatizantes del Partido Laborista. Las excepciones eran un militante del Partido Conservador, autor de una obra de referencia sobre el tema, y varios militantes socialistas. Doy por sentado que no debían sentir en el fondo mucha simpatía por la figura política e intelectual de Tocqueville. Pero no por ello dejaban de reconocer que la lecturade su obra era una vía directa para llegar al núcleo, al corazón del problema.

Por mi parte, también reconozco que, desde hace mucho tiempo, cuando un alumno o alguien me pide una primera lectura para acercarse a eso tan distinto y tan próximo que es Estados Unidos siempre recomiendo empezar por Tocqueville, porque para qué perdernos en manuales llenos de datos cuando alguien nos muestra en bandeja de plata exactamente lo fundamental, lo troncal.

Un segundo punto que quiero subrayar, digo subrayar y no tocar, porque James T. Schleifer lo ha hecho y con mucho detenimiento, es un tema que interesa bastante a los españoles, precisamente por lo mucho que nos sorprende. Me refiero al problema de la relación entre religión y política en Estados Unidos, tema al que Tocqueville dedica mucha atención y sobre todo algunos de sus mejores y más lúcidos párrafos. Los españoles, como europeos primero y sobre todo como católicos, hemos tenido una relación íntima con lo religioso. Durante siglos, nuestros gobernantes intentaron imitar el régimen perfecto, que no podía ser otro que el de la Santa Sede. El autoritarismo y posteriormente el absolutismo no son otra cosa que la remedo por nuestros gobernantes laicos del modelo perfecto de la Iglesia Católica. El liberalismo nace inevitablemente de la tensión contra el Antiguo Régimen y contra el autoritarismo que recibimos de la experiencia de los siglos XVI, XVII y XVIII; y eso hace que, para nosotros, fundamentalmente para los que somos liberal-conservadores, siga muy presente que los avances que hemos logrado lo han sido, en gran medida, enfrentándonos a la Iglesia Católica. Ahora vivimos tiempos de sorprendente hermandad, liberal-conservadores y católicos estamos juntos y sabemos a dónde vamos y de dónde venimos. Esto, no podemos olvidarlo, es un fenómeno excepcional. Durante siglo y medio hemos estado persiguiéndonos los unos a los otros. Lo curioso es que el liberalismo no se explica sin el cristianismo. El liberalismo es una expresión de los valores cristianos, pero esa expresión, durante un tiempo, más o menos hasta el Concilio Vaticano II, no fue del todo comprendida por la jerarquía. El hecho es que esa relación Iglesia-Estado es, en nuestra memoria histórica, compleja, sino traumática. Es una relación que ha sido problemática durante mucho tiempo. Y para nosotros, el liberalismo supone dejar muy clara la separación entre Iglesia y Estado. De ahí que el discurso político evite términos propios de la teología o del mundo religioso. Éste no es el caso de Estados Unidos, como Tocqueville describió en su momento y como James T. Schleifer nos ha recordado ahora con enorme precisión e inteligencia. Estados Unidos es una nación de disidentes cristianos que huyen de un viejo continente corrupto para crear una nación de hombres moralmente sanos y libres, entendiendo que la libertad no es comprensible sin el carácter autónomo que el cristianismo concede al individuo. En el modelo norteamericano, lo religioso y lo político están fundidos, están intrínsecamente unidos, no se pueden separar. La Constitución norteamericana es una Constitución cristiana y el debate político norteamericano gira siempre en torno a principios y valores que sólo se pueden entender teniendo muy en cuenta cuál es, no sólo la Constitución formal, sino también la Constitución real de Estados Unidos. Este hecho marca una forma de entender la política. Retomando lo que decía el profesor Schleifer, éste vínculo con la religión marca la importancia que se da al individuo en el modelo norteamericano desde fechas muy tempranas. Es el individuo responsable ante Dios, en la teología cristiana, quien se convierte en individuo responsable de sí mismo, capaz mejor que nadie de defender sus intereses ante el Estado, ante la comunidad. Es una visión política que parte previamente de una visión religiosa.

Un tercer tema que quiero abordar, derivado del anterior, es el problema de los valores en política. Nosotros, desde hace algún tiempo, estamos avanzando en una línea muy clara hacia el relativismo, que es una forma exagerada y radical de entender el liberalismo. Desde esta perspectiva nadie tiene del todo la razón, ésta debe encontrarse en un punto medio entre las posiciones de todos. Las cosas no son lo que parecen, la verdad no es tal, no hay valores absolutos, todo es relativo, todo es negociable, y puesto que todo es negociable, ya veremos el día de mañana cómo podemos resolver los problemas que surjan. Esto, en el plano de la historia del derecho, supone el fin tanto del derecho natural como del derecho consuetudinario frente al éxito del derecho positivo; sólo hay derecho positivo. Si nosotros hablamos con catedráticos de Derecho Constitucional de nuestro país nos sorprenderá lo difícil que es encontrar alguno que no sea estrictamente un positivista de estirpe germánica. Todo es un pacto, no hay nada más allá de lo acordado. ¿Por qué? Porque para nosotros no hay valores superiores, ni la tradición es un hecho determinante en nuestra vida. Sencillamente todo es negociable. Ese, desde luego, no es el caso de Estados Unidos. Como país anglosajón reconoce un importante papel al derecho consuetudinario y la Constitución supone una carta de principios y valores que informan el conjunto del cuerpo jurídico. Ellos no rechazan ni niegan su pasado, lo asumen, aprenden de sus éxitos y de sus errores y avanzan con decisión desde la fortaleza que les proporciona su propia historia. Ellos creen que hay cosas que son ciertas y otras que son falsas y no confunden el derecho a defender las propias ideas con que todos tengamos un poco de razón.

El cuarto y último aspecto a que me quería referir es el de la percepción europea de Estados Unidos. En el Viejo Continente siempre hemos sido proclives a interpretar EE.UU. en clave europea, de acuerdo a nuestras necesidades internas, sin darnos cuenta de que para entender correctamente a la sociedad norteamericana tenemos que tener en consideración tanto su historia colonial como el hecho revolucionario de su independencia y lo ocurrido en años posteriores. Al ignorar su historia y características llegamos con facilidad a realizar afirmaciones que dicen más de nuestra ignorancia y prejuicios que de la realidad norteamericana. De ahí que los Estados Unidos sean para muchos -se ha escrito hasta la saciedad estos últimos años- la versión occidental del régimen de los ayatolás. Lo hemos leído y lo oímos a menudo en algunas cadenas de radio como la Ser. Desde esos medios se quiere trasladar el mensaje de que Estados Unidos es un país de fundamentalistas, un país de creyentes. Mientras que nosotros, los europeos, estamos varios pasos por delante en el proceso civilizador, porque ya hemos dejado de creer, porque estamos abiertos al multiculturalismo, porque hemos asumido el relativismo, la negociación permanente. Mientras ellos tienen, o creen más, en valores, nosotros tendemos a no creer más que en nuestros intereses inmediatos y entonces se produce un efecto al que ha hecho referencia James T. Schleifer, que es el efecto de modelo espejo, como citaba él concretamente.

Tocqueville plantea: ¿debe ser Estados Unidos un modelo o un espejo para el desarrollo del liberalismo? Dejando a un lado debates a lo largo del tiempo so­bre si debe o no debe ser, el hecho es que en términos políticos cotidianos lo es, y lo es de forma irritante. Para todos aquellos que han creído en ideologías o programas políticos que afortunadamente han fracasado resulta inaceptable el éxito de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque, como Gertrudis Himmerfald nos ha descrito en su último y brillante libro, Estados Unidos es el país de Occidente que mejor refleja el ideario liberal. Un ideario que en Francia no llegó nunca a aplicarse, que en Inglaterra ha ido evolucionando en otro sentido, y que sólo en Estados se sigue manteniendo en lo fundamental.

El triunfo del modelo norteamericano en convivencia, resolución de conflictos sociales, desarrollo económico, influencia y prestigio internacional es un insufrible espejo para muchos europeos que han rechazado desde siempre ese modelo. Para los europeos, desde más o menos los años veinte del siglo pasado, el liberalismo parlamentario es un régimen caduco y anacrónico. Los europeos optamos libremente por ser fascistas, falangistas, nazis y comunistas. Algunos, como los británicos, decidieron ser todavía fieles al régimen parlamentario, pero ya sabemos que son gente francamente extraña. En Europa hemos fracasado sistemáticamente en nuestros intentos de practicar el totalitarismo, con la vana esperanza de que el Estado resolviera nuestros problemas, vía comunista o vía fascista. Pero nos produce cierta molestia, cierta indignación, ver cómo al otro lado del Océano Atlántico las cosas siguen yendo bien, precisamente porque se han mantenido fieles a la democracia liberal.

A pesar de los desastres de Iraq y del Katrina, Estados Unidos continúa creciendo casi al 4% anual, cuando nuestras economías andan en ratios francamente más bajos. Estados Unidos ve con optimismo su futuro; nosotros andamos perplejos. Ese efecto espejo inevitablemente se convierte en un problema no ya sólo de política exterior sino sobre todo de política interior. Nos enfrenta a unos europeos contra otros, a unos españoles contra otros. Y no es casual; es que para muchos europeos, afortunadamente más de los que algunos piensan, el liberalismo sigue siendo la mejor opción. La creencia en los principios y valores tradicionales continúa siendo el mejor fundamento para establecer la convivencia. El sentido común y la experiencia práctica suelen ser mucho más lúcidos que la razón en estado puro. Y de ahí que inevitablemente exista tensión, exista debate y Estados Unidos, por mucho que incomode a las embajadas norteamericanas en el Viejo Continente, se convierta en un tema de política interior.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



Otras Notas del Autor
fecha
Título
20/07/2011|
20/07/2011|
12/07/2011|
12/07/2011|
06/07/2011|
06/07/2011|
11/05/2011|
11/05/2011|
25/04/2011|
25/04/2011|
23/03/2011|
02/03/2011|
26/02/2011|
22/02/2011|
18/01/2011|
16/01/2011|
28/12/2010|
21/12/2010|
14/12/2010|
28/07/2010|
10/07/2010|
07/07/2010|
30/06/2010|
26/06/2010|
09/06/2010|
01/06/2010|
26/05/2010|
05/05/2010|
04/05/2010|
04/05/2010|
20/04/2010|
07/04/2010|
30/03/2010|
27/03/2010|
03/02/2010|
09/01/2010|
30/12/2009|
25/11/2009|
25/11/2009|
11/11/2009|
11/11/2009|
29/10/2009|
20/10/2009|
14/10/2009|
12/10/2009|
06/10/2009|
27/09/2009|
06/09/2009|
02/09/2009|
28/08/2009|
26/08/2009|
07/08/2009|
07/08/2009|
27/07/2009|
27/07/2009|
31/03/2009|
25/03/2009|
05/09/2008|
05/09/2008|
22/05/2008|
22/05/2008|
09/02/2008|
22/01/2008|
18/09/2007|
13/06/2007|
13/06/2007|
05/06/2007|
05/06/2007|
16/05/2007|
16/05/2007|
24/04/2007|
24/04/2007|
28/03/2007|
17/03/2007|
14/03/2007|
08/01/2007|
08/01/2007|
26/12/2006|
26/12/2006|
04/11/2006|
24/10/2006|
26/09/2006|
20/06/2006|
20/06/2006|
13/06/2006|
16/05/2006|
18/04/2006|
16/04/2006|
04/04/2006|
28/03/2006|
24/01/2006|
11/01/2006|
11/12/2005|
11/08/2005|

ver + notas
 
Center for the Study of the Presidency
Freedom House