Apenas el pasado fin de semana, las fuerzas del EI llegaron a los alrededores de la ciudad kurda de Kobani, en la frontera de Siria con Turquía.

La población fue defendida duramente por las milicias kurdas del YPK, pero al mediodía de ayer, periodistas que cubren el conflicto desde el lado turco de la frontera divisaron las banderas negras del EI sobre un cerro cercano y sobre un edificio del este de la ciudad.

Se hablaba de centenares de muertos en Kobani, una ciudad multiétnica, de unos 40 mil habitantes, fundada en 1915, por refugiados armenios que huían del genocidio en el imperio Otomano.

Aquella masacre, de entre un millón y 1.5 millones de personas, se consumó al amparo de la Primera Guerra Mundial y es considerada como el primer genocidio de la historia moderna.

Un siglo después, vemos cómo brotan antiguos conflictos limítrofes y étnicos que se creían resueltos. Y cómo los pactos de las potencias de aquella época están reventando violentamente, llevando a varios millones de personas a decidir entre la muerte y el exilio.

Hay quienes consideran los hechos bélicos recientes en Europa del Este y el Oriente Medio como el preludio de la Tercera Guerra Mundial.

Quizá esas premoniciones resulten exageradas, pero al mismo tiempo ha existido una tendencia en EU y Europa de minimizar los hechos o considerar que basta una campaña de bombardeos aéreos en Siria e Irak para aplacar el avance del EI. Lo cierto es que hay una guerra entre el islam y Occidente, así como un conflicto fratricida entre sunitas y chiitas, las dos principales ramas del mahometanismo.

Lo decía hace unos días en este mismo espacio: no parece ser un enfrentamiento que pueda apaciguarse por la vía del diálogo y la negociación, porque estos implicarían que el mundo que ha decidido regirse por instrumentos internacionales, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tendría que aceptar que en una parte del mundo esos derechos no valieran.

La situación preocupa porque los combatientes del EI tienen en la mira a quienes llama “apóstatas” del islam. Entre ellos incluye a los turcos, habitantes del único país mayoritariamente que ha logrado conjugar la democracia con la religión.

En diversas declaraciones, los voceros del EI han jurado que llegarán a Estambul, como lo hizo el sultán Mehmet II, en el siglo XV, y que impondrán ahí su visión fundamentalista del islam.

Sin dilación, el ejército turco movilizó 40 tanques en Mürsitpinar, la población fronteriza más cercana de Kobani.

Como Turquía es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte desde 1952, teóricamente, en caso de un ataque contra su territorio, ese país recibiría apoyo militar de los miembros de esa organización.

Sin embargo, las relaciones entre Ankara y Washington llegaron a un punto muy bajo la semana pasada cuando el vicepresidente estadunidense Joe Biden dijo durante una conferencia en Harvard que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan había reconocido que el dinero que Turquía había enviado a Siria para ayudar a combatir al régimen de Bashar al-Asad había terminado por financiar al EI.

Sin embargo, Erdogan rechazó vehementemente haber dicho algo semejante y Biden tuvo que disculparse el sábado.

Entre dichos desencuentros, el grupo estadunidense de medios The McClatchy Company dio a conocer que uno de los objetivos de los bombardeos de fines de septiembre contra posiciones yihadistas en Siria era un alto funcionario de inteligencia francés que desertó a Al Nusra, el brazo de Al-Qaeda en la rebelión contra Al-Asad.

De acuerdo con la información, el funcionario, que no ha sido identificado por nombre, escapó de la lluvia de misiles lanzada por EU.

Su presencia en Siria es motivo de reclamos de Washington a París, así como de interrogatorios en el seno de los servicios franceses de seguridad. Y así, mientras Occidente no atina a encontrar un solo tono de respuesta al EI, éste no deja de avanzar. Es un tema del que debemos estar pendientes.

Apuntes al margen

Las cifras del gobierno de Guerrero sobre la desaparición de los normalistas en Iguala dan cuenta de un descontrol absoluto. El fiscal, que parece haber dado por muertos a una parte de ellos, no ha presentado evidencia dura, pero habla de 17 asesinados en las fosas de Pueblo Viejo, donde se encontraron en total restos de 28 personas.

Ni una palabra ha tenido el fiscal Iñaky Blanco sobre el móvil de la presunta ejecución de los normalistas por parte de elementos de la policía municipal que supuestamente trabajaban para el grupo criminal Guerreros Unidos. Según él, las razones de por qué fueron atacados los estudiantes forman parte de la investigación y no pueden ser reveladas. Y ni una sola explicación sobre el resto de los 43 desaparecidos.

La historia nos enseña que cuando un gobernador habla de la posibilidad de su separación del cargo es que ha puesto sus barbas a remojar. “Si el pueblo de Guerrero quiere que me vaya, me voy”, dijo ayer Ángel Aguirre. “Si sirve para esclarecer los hechos, no tendré inconveniente”, agregó. No olvidemos que Aguirre llegó por primera vez al cargo como consecuencia de otra matanza, la de Aguas Blancas en 1995.