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01/10/2007 | México - Oleg Nechiporenko, espía non grato

Pascal Beltrán del Río

En apariencia, casi nada ha cambiado desde 1991 en la antigua plaza Dzerzhinski, donde se topan las amplias avenidas Teatralny y Lubyanski y las calles Lubyanka, Nikólskaya y Miasnítskaya.

 

En este centro neurálgico de la capital rusa falta, desde luego, la estatua del fundador de los servicios secretos de la URSS, Félix Dzerzhinski. Su altura servía de punto de referencia a los moscovitas y también les recordaba la presencia del Comité para la Seguridad del Estado (KGB). El monumento fue arrancado de su base por una multitud enardecida, en agosto de ese año, y hoy reposa, con otros cacharros de la era soviética, en el parque Gorki.

En la plaza se mantiene el vetusto edificio color ocre que alojó durante décadas al aparato de inteligencia. En la fachada del inmueble, que hoy es sede del cuerpo de guardafronteras y otras áreas del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB), se mantienen la hoz y el martillo, tallados en piedra, así como una placa alusiva al ex líder soviético Yuri Andropov, el hombre que mayor tiempo permaneció al frente de la KGB.

“Esa era su oficina”, me dice el coronel Oleg Maxímovich  Nechiporenko, en fluido español, y señala una ventana en el tercer piso.

Durante tres décadas y media, Nechiporenko (Moscú, 1932) trabajó para la KGB, principalmente en el ámbito de la contrainteligencia. Participó en misiones especiales en Vietnam, Líbano y Nicaragua. Por casualidad, su camino se cruzó con los de Lee Harvey Oswald y Ramón Mercader, quienes pasaron a la historia como los asesinos de John F. Kennedy y León Trotski.

Al finalizar su carrera, recibió la visita del senador estadounidense John Kerry, quien doce años después sería candidato a la Casa Blanca y en aquel entonces buscaba información sobre soldados de la Unión Americana perdidos durante la guerra de Vietnam.

Nechiporenko estuvo en México, en dos etapas, a finales de los sesenta y principios de los setenta, como responsable de la seguridad del personal y de evitar su reclutamiento por el “enemigo principal”: la CIA.

En esta labor no siempre tuvo éxito, pues, además de las tentaciones de la agencia estadounidense, debía hacer frente, dice, al apoyo que ésta recibía de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y su miembro más conspicuo, Miguel Nazar Haro.

Desde la embajada soviética, y bajo cobertura diplomática, Nechiporenko conoció los entretelones de hechos históricos, como la Crisis de los Misiles, de 1962. Atestiguó el movimiento estudiantil de 1968 y dos sucesiones presidenciales, las de López Mateos y Díaz Ordaz.

En el consulado de la URSS entrevistó a Oswald, cuando éste buscaba una visa para emigrar a aquel país, dos meses antes del asesinato de Kennedy. Años después publicó un libro sobre ese magnicidio, con ediciones en ruso y en inglés, que aporta claves para entender lo que pasó el 22 de noviembre de 1963 en Dallas.

En mayo de 1991, cuando la Unión Soviética comenzaba a resquebrajarse, Nechiporenko decidió que había llegado el momento de su jubilación. Aún podría haber trabajado un año más, hasta cumplir los 60, pero adelantó su salida movido por una ausencia de perspectivas.

Mientras remontamos a pie la Lubyanka, delineada por edificios que pertenecen o pertenecieron a los servicios especiales, le pregunto en qué han cambiado éstos, en qué se distingue el FSB de la KGB.

Busco una respuesta rápida, pero Nechiporenko no sólo ha practicado el arte del espionaje, también conoce a fondo su teoría y su historia. No en vano fue profesor de Instituto Andropov, la academia de la KGB.

Así que me responde con una detallada exposición. Mientras pasamos frente a la casa donde Dzerzhinski fundó la Cheka, el antecedente más remoto de la KGB, me explica cómo una persona, “cuyo nombre prefiero no recordar”, llegó a la dirección del organismo con la encomienda explícita del presidente Boris Yeltsin de destruirlo. El siguiente lustro, el crimen organizado floreció a lo largo y ancho del país.

Me quedo con lo fundamental de su respuesta: “Los servicios especiales de la URSS nacieron como un instrumento de lucha contra la propiedad privada. El papel de los actuales es proteger a la propiedad privada contra los criminales”.

Con o sin estatua, eso es lo que realmente ha cambiado.

Que Raya no llegó a dormir…

La noticia alarmó a los miembros de la rezidentura, la oficina de la KGB en la embajada de la Unión Soviética en la Ciudad de México.

Responsable de la seguridad del personal de la misión diplomática, Nechiporenko mandó llamar a Raya Kiselnikova para preguntarle por los motivos de tan extraña ausencia. La joven y guapa secretaria de la oficina comercial conocía la prohibición explícita de pasar la noche fuera de la vieja casona de Tacubaya. Y es que, por norma, el personal técnico de la embajada vivía en los terrenos de la misión.

Nechiporenko estaba consciente de los peligros que aguardaban a sus colegas afuera de esos cuatro muros. Al oficial de contrainteligencia Pavel Yatskov, la tentación lo tocó un día de pesca, en Puerto Escondido, donde recibió una carta, escrita en ruso, en que la CIA le ofrecía cambiarse de bando, y se comprometía a entregarle medio millón de dólares y darle la ciudadanía estadounidense como pago por su información.

Dos bailarines del Bolshoi, un miembro del Circo de Moscú y un oficial de la GRU (inteligencia militar) también habían sido tentados en territorio mexicano. Los dos primeros habían caído en la red, uno en Guadalajara y otro en la capital, atraídos por sendas mujeres.

Por eso, la salida subrepticia de Raya no podía ser tolerada. Menos aún cuando se negaba a revelar dónde y con quién había estado.

“No puedo decirlo”, insistía, tajante, la secretaria. Alegaba que había dormido con un colega de la misión, pero que no revelaría su nombre para no comprometerlo. Sólo ella sabía con quién se había acostado esa noche, pero lo más probable es que se tratara de un apuesto joven con acento español que visitaba la oficina comercial con intrigante frecuencia.

La rezidentura envió su recomendación a Moscú: sacar a Kiselnikova de México, pero sin crear sospechas. Casualmente, el equipo soviético de futbol, que se preparaba para el Mundial de México de 1970, jugaría un partido amistoso contra México en el Estadio Azteca a fines de febrero. De ahí, los futbolistas partirían a Alemania Oriental. Como Raya hablaba alemán, era un buen pretexto mandarla de regreso con la selección.

La anuencia de Moscú al plan quedó plasmada en un telegrama que por error fue enviado a la oficina comercial de la embajada.

Buenos Aires, Argentina, 1931. Policías y soldados del régimen militar del general José Félix Uriburu irrumpen en la sede de Yuzhamtorg, la empresa soviética de comercio exterior, y detiene a su personal. La acusación: ser una agencia de difusión del comunismo.

Entre los conducidos a la comandancia se encuentra el ucraniano Maxim Nechiporenko, responsable de la seguridad de los empleados. Anarquista en sus años mozos, Nechiporenko fue investigado por la policía secreta del zar, por sus actividades políticas. Durante la revolución de 1917 se unió a los bolcheviques y después se convirtió en marinero y delegado del Komintern.

Nechiporenko pide permiso de usar el baño, ve una puerta abierta y aprovecha para escapar. Con ayuda de comunistas argentinos, él, su esposa y su hijo Gleb, de cinco años de edad, abordan un barco alemán en el momento en que descienden de él los agentes de migración.

Ya en Moscú, la familia Nechiporenko se instala en un edificio de departamentos, no lejos de la Lubyanka. Ahí nace Oleg, en 1932. La familia habita la planta baja del inmueble, que alguna vez fue visitado por Lenin, según refiere una placa en la fachada.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los aviones alemanes lanzan redadas sobre Moscú. Cuando suenan las alarmas antiaéreas, la gente corre a los refugios. Uno de ellos se encuentra en el sótano de la casa de los Nechiporenko. Durante uno de los ataques, la alarma sorprende a los pasajeros de un autobús a unos pasos del edificio. La boletera es la última en abandonar el vehículo. Justo cuando lo hace, cae una bomba en el camellón. La onda expansiva proyecta al autobús y a la mujer contra la fachada del edificio contiguo.

Después de la guerra, la casa era visitada frecuentemente por desconocidos, que se encerraban en una habitación para cuchichear largamente con su padre. Con el tiempo, el niño Oleg se acostumbró a la presencia de esas personas, a quienes creía “estudiantes” o “amigos de papá”. Eso le habían dicho. Un día, su hermano mayor le confesó la verdad: Maxim era una persona de confianza del servicio de inteligencia y el domicilio era al mismo tiempo una casa de seguridad.

Los servicios especiales –entonces llamados NKVD— jugaron un papel fundamental en la defensa de Moscú contra los nazis. Organizaron redes clandestinas para contrarrestar una eventual ocupación alemana de la capital; monitorearon el estado de ánimo de la población y realizaron operaciones de sabotaje detrás de las líneas enemigas. Buena parte de esa actividad clandestina y de control subsistió en la posguerra.

Al hurgar entre los papeles familiares, Oleg encontró revistas y periódicos escritos en español. Su madre le dijo que en esas publicaciones argentinas se hablaba de su padre. Su frustración por no poder leer lo que ahí decía lo llevó a estudiar español en el Instituto de Lenguas Extranjeras.

Años después, cuando pudo leer los textos, supo que relataban la detención de los empleados de Yuzhamtorg. Pese a su satisfacción por comprender lo escrito, le sorprendió que se tratara a su padre como un peligroso espía, provocador, agente subversivo.

“Cuarenta años más tarde, cuando me expulsaron de México, dijeron más o menos lo mismo sobre mí”, ríe Nechiporenko.

Cuando leyó el telegrama que no debía caer en sus manos, Raya Kiselnikova se dio cuenta de que su viaje a la Alemania Oriental no tenía que ver con servir de traductora. La estaban regresando a la URSS.

“Habíamos decidido mandarla a… la fregada”, dice Nechiporenko, 37 años después. Buena parte de su relato ha sido corroborado por un ex oficial de la CIA que ha escrito sobre los hechos.

Enterada de su destino, Raya quemó sus naves. Según Nechiporenko, buscó al joven español que la había engatusado y huyó.

Cuando volvieron a saber de ella en la rezidentura, estaba en la Secretaría de Gobernación, donde pidió asilo político. Para allá se dirigió Nechiporenko. La encontró en un cuarto, rodeada por personal de la DFS.

“Me puse a hablar con ella. Estaba llorando. Le dije que no tenía nada qué temer, que todo se iba a arreglar. Creo que la estaba convenciendo cuando nuestro embajador cometió una imprudencia: llamó a todo el personal de la embajada para que se presentara en Gobernación. Cuando ella vio llegar al chofer de un oficial de inteligencia militar, un hombre temible, se asustó. En ese momento, los agentes de la DFS me dijeron que el tiempo de la entrevista se había terminado”.

En su libro Portrait of a Cold Warrior, el ex oficial estadounidense Joseph Burkholder Smith, quien se encontraba en México en ese tiempo, escribe su versión: “Una noche de febrero de 1970, nos enteramos de que Raya Kiselnikova había tomado refugio en una estación de policía y había pedido asilo. La política mexicana para otorgar este privilegio aseguraba que se aceptara la petición. Las autoridades mexicanas estaban felices de entregárnosla y olvidarse de ella…”

El 4 de marzo, Kiselnikova apareció ante los medios, en una conferencia de prensa en una amplia y lujosa suite del hotel Vista Hermosa. De acuerdo con la nota del reportero Luis de Cervantes, de Excélsior, dijo que no podía soportar más vivir bajo el régimen soviético y denunció que Oleg Nechiporenko la tenía bajo constante vigilancia.

La KGB perdió el rastro de Raya después de que la DFS la condujo a un hotel en Acapulco. “Luego nos enteramos de que se había vuelto drogadicta pero nada más”, dice hoy Nechiporenko. Lo importante, sin embargo, estaba por venir: la forma en que la CIA usaría la deserción.

“Ella no sabía mucho, porque trabajaba en la oficina comercial, aunque sí conocía los nombres de quienes trabajábamos en la embajada; pero lo importante para el enemigo era la posibilidad de atribuirle información que había obtenido por otros medios.”

Al respecto, Smith hace el siguiente apunte en su libro: “El principal uso que hicimos de la información de Raya fue hacerla pública para avergonzar y hostigar a los oficiales de la KGB en México. En la jerga de inteligencia, a eso le llamamos quemar. El oficial de la KGB que decidimos quemar con el fuego más caliente fue a Oleg Nechiporenko… Había sido un blanco de reclutamiento por muchos años, pero sin que tuviéramos éxito. Como no lo podíamos reclutar, aprovechamos la deserción de Raya para darle amplia difusión al hecho de que fuera un oficial de la KGB… e inventamos la historia de que había sido un importante instigador de las revueltas estudiantiles en 1968…”

—¿Le ganó la CIA la partida? –le pregunto, mientras bebemos té en una cafetería del centro de Moscú.

—Debo darle crédito por este montaje bien logrado. Pude seguir trabajando con mis fuentes en México, pero también es cierto que sentía que la tierra ardía bajo mis pies. Y a partir de ese momento confirmé que la DFS trabajaba completamente para nuestro enemigo, que simplemente estaba esperando la oportunidad de darme el golpe final.

En los años en que Oleg Nechiporenko estuvo de “servicio” en México ocurrieron varios de los episodios más tensos de la confrontación entre Estados Unidos y la URSS, entre ellos el intento de invasión a Cuba, la crisis por el supuesto hallazgo de misiles en la isla,el asesinato del presidente Kennedy y los movimientos sociales del 68.

Octubre de 1962

La crisis de los misiles

Al año siguiente de la fallida invasión a Bahía de Cochinos, el mundo presenció los días de mayor tirantez entre las superpotencias. El hallazgo de cohetes rusos en Cuba derivó en una disputa que cerca estuvo de resolverse por la vía nuclear.

22 de noviembre de 1963

Magnicidio en Dallas

Dos meses antes del asesinato del presidente John F. Kennedy, el ruso Oleg Nechiporenko se entrevistó en México con Lee Harvey Oswald, autor material del crimen y quien clamaba por ayuda para viajar a la Unión Soviética.

Febrero de 1965

La guerra de Vietnam

El 7 de febrero de ese año, el ejército estadounidense comienza el bombardeo de pueblos y aldeas civiles en Vietnam y dos días después llegan las primeras tropas de combate terrestre.Ocho años más tarde,Washington se replegó.

2 de octubre de 1968

Matanza de Tlatelolco

Ante las versiones de que los servicios secretos rusos estuvieron detrás del movimiento estudiantilde 1968 en México, el ex espía sostiene que la URSS tenía una visión muy negativa de las tendencias de izquierda que movían a los activistas.

Pude seguir trabajando con mis fuentes en México, pero también es cierto que sentía que la tierra ardía bajo mis pies. Y a partir de ese momento confirmé que la DFS trabajaba completamente para nuestro enemigo, que estaba esperando la oportunidad de darme el golpe final.”

Ex agente soviético

Enviado

“Como México no hay dos”

21 de marzo de 1971.Con estas palabras, al pie de la escalerilla del avión que lo llevaría de regreso a Moscú, Nechiporenko (con abrigo en mano) puso fin a una década de servicio.

Indiscreta

Raya Kiselnikova.El 4 de marzo de 1970, la secretaria rusa ofreció una rueda de prensa en una suite del hotel Vista Hermosa, después de pedir asilo político.

Excelsior (Mexico)

 


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