El primer ensayo fue en Kosovo. Los cazas de última generación se emplearon a fondo destruyendo toda presencia militar serbia sobre el terreno... y todo siguió igual. Sólo cuando los rusos convencieron a Milosevic de que Clinton estaba a punto de ordenar la invasión por tierra cedió y retiró sus tropas, que estaban casi intactas.

El segundo fue en Afganistán. La Fuerza Aérea y la Armada contaron con una fuerza afín en tierra, la Alianza del Norte, a la que se sumaron efectivos de la CIA capaces de marcar objetivos y comunicarlos de inmediato. El apoyo desde el suelo fue vital para que los cazas, bombarderos y misiles destrozaran las capacidades defensivas del régimen talibán y de sus asociados de al Qaida.

El tercero fue en la última campaña de Líbano, donde un jefe de Estado Mayor procedente del Ejército del Aire consiguió convencer al ministro de Defensa israelí de que la Fuerza Aérea podría destrozar a Hizbolá. Al cabo de una semana hubo que cambiar los planes y descargar sobre las unidades de tierra el peso de la operación. Se había perdido un tiempo fundamental y al final las milicias chiíes se apuntaron un éxito político.

En Libia la aplicación de una zona de exclusión aérea no sería suficiente, por eso desde el primer día se está atacando objetivos militares que nada tienen que ver con las defensas antiaéreas. Si los aliados cuentan con gente en tierra para fijar objetivos los rebeldes podrán avanzar hacia Trípoli, pero entonces estaremos, o estamos, en una guerra de los aliados contra el régimen de Gadafi.