Pero la proliferación nuclear es cuestión harto más compleja. El problema está allí donde el tratado se viola, en Corea del Norte e Irán. La capacidad de liderazgo de Obama no se va a demostrar publicando documentos o llegando a acuerdos con Rusia que benefician a ambas partes, sino conteniendo la quiebra inminente del régimen de no proliferación.

La diplomacia norteamericana se está empleando a fondo para lograr que el Consejo de Seguridad apruebe sanciones contundentes contra Irán que le obliguen a abandonar sus ambiciones nucleares, pero no hay razón para el optimismo. Si la diplomacia fracasa, si el uso de la fuerza se descarta, es ilusorio pensar que un acuerdo regional de desarme anime a Irán a volver al redil, porque el origen de su programa no está en la bomba israelí, sino en su voluntad de liderar el Islam y de convertirse en un actor de referencia a escala mundial. Obama va a dañar las relaciones con uno de sus mejores aliados sin con ello contener a Irán.

Obama comprende que este tema es capital en la política internacional, pero se niega a actuar siguiendo las pautas tradicionales. Quiere cambiar el marco, pero se equivoca al analizar la posición de los demás actores. Hay demasiado idealismo, demasiados prejuicios de progre americano, para comprender la lógica que nos lleva a una fase de proliferación nuclear.