Algo semejante parece estar ocurriendo en torno al cargo de ministro de Economía de la Argentina. En vida de Néstor Kirchner, en la primera etapa K desde el 25 de mayo de 2003, lo ejerció con aplicada autonomía Roberto Lavagna. Pero con el paso del tiempo, a fuerza de capacitarse como "contador suizo con libreta de almacenero" en medio de la descomunal negociación para reducir la deuda externa, el exjefe de Estado fue neutralizando a su colaborador, que acabó yéndose expulsado del gobierno para culminar la carrera política como perdidoso candidato del radicalismo en 2007.

En la actualidad, formalmente ese puesto ministerial lo ostenta un miembro del sub-45, Hernán Lorenzino, apadrinado por el vicepresidente Amado Boudou, caído en desgracia a partir de las investigaciones judiciales que lo tienen en la mira por supuesto tráfico de influencias en el caso de la exCiccone Calcográfica, impresora de los billetes de 100 pesos, con la supervisión del Banco Central.

Sin embargo, la férrea conducción de Cristina Fernández en esta instancia de crisis financiera interna y mundial y las últimas medidas estratégicas de reorganización y rediseño (que provocaron, entre otras cosas, la expropiación del 51 por ciento de las acciones de YPF, la creación de un ámbito de transporte tripartito en el área metropolitana, el férreo control cambiario y el lanzamiento inmediato de un plan de 100 mil viviendas financiadas por el Anses), pone en duda la real envergadura de Lorenzino.

Se lo observó ausente o en un segundo plano en las últimas decisiones, en las que adquirió una relevancia inusitada su viceministro, Axel Kicillof, encuadrado en "La Cámpora", la organización juvenil que comanda su hijo Máximo, quien se repone de un cuadro de artritis séptica en su rodilla derecha.

Bajo la subordinada mirada del otrora influyente Julio De Vido, en un caso, y la amigablemente correctora de Cristina, en el otro, Axel fue trazando líneas: directrices que son seguidas atentamente desde los centros de poder internacional, interesados en saber si un país tan oscilante como el nuestro es capaz de asegurar reglas previsibles de aquí en adelante y en conocer cuáles son los interlocutores que "cortan el bacalao", para conversar directamente con ellos.

Objetivamente despojado de funciones ejecutivas, el titular de Planificación De Vido negó desde Nueva York (donde acompaña a la Presidenta) que esté pensando en renunciar y rechazó, ante una consulta periodística, afirmaciones de columnistas que "hacen apología" de su "muerte o prisión".

También en la comitiva que asiste a Cristina en Estados Unidos, Lorenzino cumplió un mandamiento K: no habló con la prensa. Aunque algunos de sus colaboradores admitieron que no soporta de buena gana el desgaste al que es sometido. Susurraron que en algún momento podría dar un paso al costado. No por ahora, para no contribuir a las turbulencias con las que sí colaboró el diputado oficialista Edgardo De Petris, al impulsar un proyecto de pesificación de contratos y deudas en dólares. El expiquetero fue también desautorizado. ¡Por qué no te callas! Le dijeron remedando al rey Juan Carlos cuando apostrofó al presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

La devaluación de Lorenzino se hace evidente además ante los embates arrolladores del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, quien además de controlar con mano firme el régimen de importaciones (supeditándolo a las exportaciones), puso en la mira a asociaciones de consumidores que no se adecuan a sus imposiciones en materia de precios domésticos. Para colmo, asciende en el firmamento cristinista otro economista menor de 35 años, Diego Bossio, titular del Anses, el organismo que administra el voluminoso dinero de los jubilados y pensionados.

Luego de reivindicar fuertemente los derechos nacionales sobre Malvinas en el Comité de Descolonización de Naciones Unidas (y de retar muy duro al premier inglés David Cameron), Cristina defendió las bondades del "modelo" de crecimiento con inclusión social, ante empresarios del Consejo de las Américas. Se explayó sobre la "solidez" de su proyecto, dio "lecciones" a las naciones desarrolladas, pero terminó diciendo que no era "tan insensata" para dejar de reconocer que "el declino permanente del mundo va a impactar" en América Latina.