Las circunstancias van modelando el destino de las sociedades. En el caso de la Argentina, está a la vista que hay un gobierno empeñado en provocar contra viento y marea un cambio de paradigmas –con males enraizados, comunes al conjunto– que provoca grandes resistencias, como ha quedado de manifiesto: en las imponentes movilizaciones de rechazo de la clase media, en la huelga con piquetes de gremios guiados por el camionero Hugo Moyano, en el pleito con el grupo mediático "Clarín" que debería tener algún desenlace el 7D y en el duro documento en el cual la Iglesia Católica, anticipándose a la Navidad, advirtió acerca de "divisiones irreconciliables" y el "temor" de que vayan acentuándose.

Habiendo un Ejecutivo legitimado con el 54% de los votos hace poco más de un año, y abierta la puja internacional con los "fondos buitre" que no entraron al canje de la deuda externa, el centro de las decisiones seguirá pasando por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, aunque adaptadas a los límites que le van poniendo por acá y acullá.

Será por eso que después de avisar que nada desembolsaría ante los reclamantes del juez de Nueva York, Thomas Griesa, y conocida la revisión de la sentencia de éste por una cámara de Justicia norteamericana (que despejó el riesgo de un default técnico), Cristina bajó un cambio y aceptó contemplar pagar en las mismas condiciones que al 93% de los bonistas, que aceptaron una reducción superior al 70% y plazos de hasta 30 años.

No condescendió, empero, en atemperar el relato: "Los caranchos no están sólo afuera. También están adentro y se lanzan contra el Estado, porque es muy fácil hacer socialismo con la plata del Estado", dijo al anunciar planes de viviendas, en una semana "en que los argentinos sufrimos acoso y asedio".

Es que los cuestionamientos por la intransigencia K le llovieron de todos los costados. Desde el Frente Amplio Progresista (FAP), Claudio Lozano, al reprocharle haber hecho "cesión de soberanía", lamentó que el país "anda clandestino por el mundo y no sólo nos ataca Griesa, sino que nos embargan la fragata Libertad".

Las fuerzas políticas opositoras, dispersas y en franca competencia narcisista, también hicieron eje en otros puntos flojos del esquema vigente: al tope figuró la inflación que, al decir del moderado expresidente del Banco Central, Aldo Pignanelli, está ingresando en la categoría de "insoportable". El excolaborador de Roberto Lavagna, sin mala onda con Cristina, propuso esforzarse por "aquietar las aguas" en el 2013, "sentando a la mesa de las negociaciones a los distintos jugadores, dando señales macroeconómicas claras". Si ese tema se encarrila (los formadores de precios y algunos sindicatos no contribuyen a una solución justa), habría que focalizar de inmediato en la búsqueda de inversiones, créditos y reducción del gasto fiscal. "Hay que hacer retoques, no un ajuste sangriento", aclaró Pignanelli.

Los vaticinios económicos para los próximos 12 meses no son negros. Se avizora un año provechoso en producción de soja y un crecimiento de Brasil, lo que será ventajoso, coincidieron Cristina y Dilma Rousseff, en la reunión de la Unión Industrial Argentina. Ambas ratificaron el proceso de integración como una necesidad. La visitante no se privó de hacer referencia, con elegancia, a las dificultades comerciales. Y la local abogó para que "esta década ganada sea la base sólida del despegue definitivo de la región. O salimos juntos o no salimos!...Y vamos a salir", aseguró frente a un auditorio en el que sobresalió la embajadora de Estados Unidos, Vilma Martínez.

Quizá el dolor de cabeza adicional para Cristina se lo dio el Episcopado, en el que sigue teniendo influencia el cardenal Antonio Bergoglio. La Iglesia, opuesta al aborto y al matrimonio igualitario, desplegó un rosario de señalamientos: levantó la voz contra "el caudillismo, la falta de diálogo, las amenazas contra la libertad de expresión y el adoctrinamiento partidista de los alumnos". Además, se sumó al coro de los que cuestionan medidas sociales que privilegian a las "dádivas" por sobre "el trabajo". El narcotráfico también fue estigmatizado como flagelo a desterrar.

El oficialismo reaccionó primero con indiferencia. "No le importa a nadie", desautorizó el vicepresidente Amado Boudou. "Son verdades de Perogrullo", lanzó el pícaro y enrevesado senador Aníbal Fernández.

Otros exponentes cercanos al kirchnerismo ensayaron explicaciones más elaboradas. El juez de la Corte Eugenio Zaffaroni argumentó que "en una sociedad plural siempre hay divisiones, es inevitable". Y agregó que "una sociedad que no tenga conflictos, en la que a nadie le importe nada, va camino a la antipolítica y la antipolítica es la antesala de una dictadura".

"Es un tiempo muy apasionante, se está discutiendo cuál es la sociedad que vamos a parir", aportó el relator deportivo Víctor Hugo Morales.

"No vemos una profunda crisis nacional, ni una profunda crisis educativa, ni una adolescencia angustiada", retrucó a la Iglesia el ministro Alberto Sileoni.

No faltaron miradas sobre la encrucijada nacional desde el ámbito académico. El filósofo Mario Bunge salió al cruce de los exasperados, al indicar que "se respetan las libertades civiles, hay elecciones, no hay intimidaciones ni presos políticos".

"La cocina política de la Argentina está llena de cacerolas y sartenes, le faltan coladores para separar la verdad de la mentira. Y le falta el libro de Doña Petrona para saber qué cocinar y cómo hacerlo", ironizó el prestigioso humanista, a sus juveniles 93 años.