El inicio de la campaña para renovar en octubre la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio la de Senadores está signado por una gran dispersión, en que la batalla de la provincia de Buenos Aires, donde votan cuatro de cada diez ciudadanos, volverá a ser decisiva. Tanto en el oficialismo como la oposición hay un interés manifiesto por captar, en el populoso conurbano bonaerense, a intendentes, esa especie de minigobernadores con apetencias rampantes.

De hecho, los que no le hacen la venia a la Rosada, entre los que se cuentan los seguidores del tigrense Sergio Massa, el peronista disidente Francisco De Narváez y la dupla filorradical integrada por Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín, ya levantaron amargas quejas por el reparto de fondos para obras públicas: hubo quienes denunciaron el carácter francamente unitario de la administración de Cristina Fernández, con argentinos de primera y de segunda, según el color político.

En el kirchnerismo, ante la manifiesta imposibilidad de reformar la Constitución para facilitar un tercer turno a la actual mandataria, los contendores se posicionan para ser los herederos. Daniel Scioli, en esta instancia crucial, abandonó el zigzagueo ("no hay embarazo a medias, se está o no se está con el modelo", agitó los trapos como le pidió Juliana Di Tullio) y se convirtió en pivote de la lista que encabeza el jefe comunal de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde.

De esa manera tratará de contrarrestar a Massa, quien tomó el desafío de construir una era poskirchnerista (por supuesto que sin la aquiescencia de la pingüina), aglutinando tras de sí un heterogéneo mosaico: enemigos del matrimonio llegado de Santa Cruz; intendentes y sindicalistas K que ahora reniegan de los métodos de conducción y protestan por la falta de debate y participación a la hora de cortar el bacalao; independientes como Mirta Tundis, industriales que rechazan los férreos controles de Guillermo Moreno y hombres del PRO, cuyo líder porteño, Mauricio Macri, no resigna sus aspiraciones presidenciales. En tal sentido, el gobernador entrerriano Sergio Urribarri (uno de los ponderados por Cristina en público) no sólo se anotó en la carrera para el 2015 (siempre y cuando ella se lo demande) sino que aventuró que hay en marcha un esquema de centroderecha, todavía no explicitado, cuyas meta es que Macri vaya por el Ejecutivo nacional y Massa por el cargo que hoy ocupa Scioli.

A Massa se le irán exigiendo definiciones. Por ahora las evita para captar un mayor número de voluntades. Procura aglutinar tanto a francamente indignados como a los que rescatan las cosas buenas y no buscan romper todo. Las encuestadoras más serias le han dado la razón, al medir que aventaja a Insaurralde por unos diez puntos, aunque dejaron, con lógica, abierta la incógnita por lo que vaya a suceder de aquí al 11 de agosto. Todo puede cambiar en cuatro semanas. La renuencia de Massa a hablar no es impedimento para que otros de sus acompañantes abran la boca.

El diputado Felipe Solá, por caso, afirmó ya que Scioli es un dirigente "con cero grado de libertad". Claramente "tocado" por la irrupción de Massa, con gran aceptación mediática en diarios y canales que tienen una mirada hipercrítica del actual proyecto, De Narváez decidió endurecerse no sólo con "ella" sino también con "él", a quien definió como "parte de más de lo mismo".

De Narváez trató de "cagones" a gerentes de grandes cadenas de supermercados por doblegarse ante las presiones de Moreno (aunque luego se arrepintió y solicitó disculpas), y en su comando se considera por estas horas difundir "carpetas" con supuestos actos de enriquecimiento de Massa, durante su paso por la Anses y la jefatura de gabinete de Cristina. Massa se muestra renuente a ser parte de maniobras "sucias", pero sabe que si se desata la guerra de los "carpetazos", en su entorno hay quienes poseen información confidencial que podría salpicar a funcionarios del gobierno, así como a De Narváez.

En el amplio abanico que observa un "final de ciclo" a la vista, cayó muy mal la designación del experto general en inteligencia César Milani, como titular del Ejército. En un mundo, donde el papel de Estados Unidos está siendo cuestionado por sus tareas de espionaje e inducción a subestimar con indignidad el rol de presidentes latinoamericanos como Evo Morales, de Bolivia, también internamente se pondrá el foco en la actividad de Milani, cuyo ascenso deberá pasar la prueba del Senado. El gobierno tiene varios frentes abiertos: con la Justicia, el campo y los empresarios. La presidenta ha dicho que no se dejará "correr" por nadie. Y el nuevo mandamás de las Fuerzas Armadas se comprometió a "acompañar el proyecto nacional sanmartiniano y democrático que se encuentra vivo en el corazón de los argentinos".