La fusión es el proceso inverso de la fisión nuclear, principio que actualmente mueve la tecnología nuclear bélica y de paz. Desde el siglo pasado se sabe que la energía de fusión es la que está detrás del Sol y las estrellas, donde las altas temperaturas y las fuerzas gravitacionales permiten su existencia. Uno de los grandes sueños científicos ha sido poder controlar a placer la energía del Sol, y desde ayer hay nuevos argumentos para creer que se puede hacer realidad.

EE.UU. lleva invirtiendo recursos públicos durante siete décadas para domesticar la fusión nuclear. La Unión Europea, China y otras naciones también están desarrollando sus propios estudios a través de distintos consorcios. Pero para la Administración Biden, la energía de fusión es lo que fue el proyecto Apolo para Kennedy. Se trata de una pieza angular de su estrategia de descarbonización para que el país alcance las cero emisiones en 2050, al tiempo que aumenta la seguridad energética y mejora su competitividad tecnológica. La idea, como se ve, difiere radicalmente de la represión tecnológica en que se ha embarcado Europa, excluyendo ciertas fuentes de energía por motivos más ideológicos que científicos, y apuesta por desarrollar un sector que tiene el potencial de revolucionar la industria energética, ayudando a combatir la crisis climática y satisfaciendo las crecientes necesidades de electricidad del planeta. Hoy, de las más de treinta empresas dedicadas a la fusión en el mundo, dos tercios tienen su sede en EE.UU. y la mayoría se han fundado en la última década.

La energía de fusión no será una realidad mañana, pero este hallazgo acorta los plazos: lo que antes se pensaba que podría suceder en cincuenta o sesenta años quizás ocurra en dos o tres décadas. Los cambios que producirá serán enormes. Primero, en términos políticos, porque el control de las fuentes de energía ya no dependerá de la geografía o del poder militar. Segundo, en términos económicos: la energía no tendrá precio, lo tendrá la tecnología que la haga disponible. Tercero, en términos sociales, esta nueva fuente de energía nuclear con características radicalmente diferentes a la que hoy conocemos obligará a que la energía nuclear sea considerada más ampliamente que bajo unos viejos conceptos que han llevado a arrinconarla y estigmatizarla, pese a sus evidentes beneficios para la vida humana.