Ahora los mismos gobiernos tratan de legitimar el proceso electoral afgano, cuando la información que nos llega confirma los peores presagios realizados semanas atrás por centros de análisis e instituciones independientes.

La suma de irregularidades nos lleva a un escenario de escándalo. En Afganistán no hay censo, lo que convierte al supuesto censo electoral en una vaga aproximación a la realidad. Se han podido confirmar multitud de irregularidades al conceder la tarjeta a quien no le correspondía por no tener la edad reglamentaria o por no estar ya entre los vivos.

La amenaza talibán hizo que cientos de colegios no abrieran. Otros que sí lo hicieron arrancaron la jornada con las urnas llenas, aunque nadie había visto aparecer por allí a ninguna multitud de concernidos madrugadores. Para asegurarse la reelección el todavía presidente Karzai ha echado mano de los antiguos, o no tanto, señores de la guerra -Dostum, Fahim, Kahn...-, lo que supone un grave paso atrás en el proceso de democratización.

¿Estamos ante un caso de flagrante doble rasero, de la tantas veces denunciada hipocresía occidental? No. En el caso iraní se dan las condiciones sociales y políticas para que se puedan convocar unas elecciones democráticas. Si no se convocan es porque una dictadura islamista lo impide.

Por el contrario, Afganistán está muy lejos todavía de llegar al grado de desarrollo económico y social que le permitiría vivir en democracia con normalidad. Están en el camino, el mismo que las democracias avanzadas han tenido que recorrer.