Honduras, por su parte, depende en buena medida de los préstamos y donaciones provenientes de Washington, así como del permiso oficial para que miles de compatriotas puedan dedicarse a actividades laborales en el país del norte.

Tradicionalmente, Honduras ha sido enfocada por Estados Unidos en el contexto de una relación patrón-cliente en el que los intereses nacionales han estado subordinados a los intereses y conveniencias coyunturales de la superpotencia.

Dada la posición clave de Honduras en el ámbito geopolítico centroamericano, su territorio ha sido requerido para servir como cabeza de puente para desestabilizar gobiernos vecinos o bien, por el contrario, para apuntalar regímenes impopulares.

En el proceso, nuestros gobernantes han condicionado los legítimos intereses nacionales a los dictados por el coloso norteño.

Esa histórica asimetría debe dar paso a un mutuo respeto, independientemente de la inconmensurable diferencia en cuanto a recursos materiales y militares.

La igualdad entre las naciones es un elemento clave en las relaciones internacionales basadas en la equidad y la amistad.

Es por ello que el actual congelamiento debe ser reemplazado por el recíproco entendimiento y comprensión, a efecto de fortalecer los lazos humanos y comerciales entre ambas entidades, particularmente con el ascenso a la presidencia de Barak Obama, quien públicamente se ha comprometido a descartar la fuerza y la intimidación por el diálogo y la consulta, lo que le ha granjeado simpatías hemisféricas.

La diplomacia debe ser el punto esencial para superar las actuales y momentáneas diferencias, tomando en cuenta las aspiraciones y anhelos de ambas naciones, a fin de encontrar el punto de equilibrio que permita armonizar las posturas aparentemente irreconciliables.