Un año después de llegar a la Casa Blanca, Barack Obama está más cuestionado que nunca y la reforma sanitaria, su iniciativa central, corre peligro. La victoria del republicano Scott Brown, un político local desconocido, en la elección para ocupar el escaño del fallecido senador Ted Kennedy en Massachusetts, proporciona a la oposición una minoría de bloqueo que puede permitirle torpedear la agenda del presidente.

Massachusetts evidencia que la mayoría parlamentaria yel apoyo popular a Obama son frágiles. ¿Le obligará la desautorización del martes en las urnas a cambiar de rumbo? ¿Será complaciente con los republicanos, más necesarios ahora para gobernar? ¿Virará a la derecha? ¿O endurecerá la retórica populista contra la oposición e impulsará su agenda con más agresividad?

Pese al tono conciliador durante su primer año, el presidente no ha logrado ningún apoyo de los republicanos, y le ha costado convencer a los propios demócratas. La izquierda le acusa de ser demasiado moderado; la derecha, de ser demasiado progresista, incluso socialista.

La irritación de los ciudadanos con las políticas económicas de George W. Bush, que propulsó al demócrata Obama a la Casa Blanca, se vuelve contra el actual presidente, incapaz de reducir el paro en el año que lleva en el poder. Obama hizo campaña contra Washington, emblema de las disfunciones de la política estadounidense. Ahora él es Washington; él es el establishment.Como en las elecciones al cargo de gobernador de Virginia y Nueva Jersey, en noviembre, los votantes centristas desertan de los demócratas, y los jóvenes, negros y latinos - clave en la victoria del presidente en 2008-no se movilizan.

La victoria de Brown, que ha cogido desprevenida a la Casa Blanca, resulta dolorosa porque el escaño perteneció durante casi medio siglo a Kennedy, el último coloso del clan irlandés y demócrata, fallecido en verano, y antes lo ocupó su hermano, JFK. Los demócratas lo controlaban todo en Massachusetts, uno de los estados más progresistas. La derrota es un pésimo augurio para las legislativas del próximo noviembre, cuando se renueve la Cámara y un tercio de Senado - controlados por los demócratas-en estados más conservadores.

Algunos motivos de la victoria de Brown ante la demócrata Martha Coakley son extrapolables a todo el país. Primero, el descontento con la economía: pese a la recuperación, hay más de 15 millones de parados; el ciudadano no nota en el bolsillo las mejoras. Segundo, el descontento con la reforma sanitaria: preocupa el coste, y entre el 85% de los que tienen seguro muchos temen perder beneficios. Brown, el senador republicano número 41, hizo campaña en contra.

La reforma estaba a punto de aprobarse: el Senado y la Cámara de Representantes han adoptado sendas versiones, pero tienen que fusionarlas. Una posibilidad es adoptarla por la vía rápida. En vez de encerrarse senadores y representantes hasta consensuar un texto común, la Cámara asumiría el texto del Senado, lo que haría innecesario que el Senado tuviese que votarlo. Aunque los demócratas mantienen la mayoría en el Senado, en Massachusetts han perdido la supermayoría de 60 escaños, que permite desactivar cualquier tentativa de bloqueo republicano.

La reforma sufriría un déficit de legitimidad de adoptarse sin tener en cuenta los nuevos equilibrios. Tras la debacle del martes, algunos demócratas se resisten a votar a favor: temen que en las legislativas los votantes les pasen factura. Obama aconsejó ayer esperar a que Brown tome posesión del escaño y, entonces, buscar "rápido" un acuerdo entre el Senado y la Cámara que salve la esencia de la ley. Sería una reforma modesta, a la que podría sumarse algún republicano.

La Casa Blanca ha cifrado en la reforma sanitaria el éxito o fracaso de la presidencia. La victoria de Brown - y la señal que envía a Washington-amenaza otras iniciativas del presidente, como la legislación contra el cambio climático o la reforma migratoria. Quizá Obama fue demasiado ambicioso al intentar transformar EE. UU.; quizá fue demasiado prudente y no supo imponerse: éste es el debate en Washington.

El primer año de Obama se cierra en falso, sin que haya aprovechado del todo la mayoría de la que disfrutaba. Ahora esta mayoría se erosiona, y gobernar será más difícil. La magia, el entusiasmo que desató su llegada a la Casa Blanca, se ha evaporado.