Una vez más se comprueba que, tristemente, éstas se diluyen al remitir la solución, el propio K. Annan, a las partes enfrentadas y la negociación directa entre ambas. Cabe preguntarse si este camino recorrido merecía tantas alforjas: estamos donde se quedó la situación enquistada hace quince años.

Lo único que ha cambiado es la continua reiteración de las instancias internacionales del derecho legítimo de autodeterminación de los saharauis. Como Marruecos no está dispuesto a acceder a ello, cerrazón por la que la situación no se ha resuelto en todos estos años (como reveló -en su día- el mediador de la ONU, J. Baker) ha ganado el más fuerte. Ni las resoluciones unánimes del Consejo de seguridad han bastado para convencer al Reino Alauí.

En este sentido, plantear una negociación directa no deja de ser un desideratum, un brindis al sol, de quienes sueltan la patata caliente y huyen de la responsabilidad asumida en su día. Para decir que negocien entre ellos una salida justa, equilibrada y pacífica no hacía falta quince años de espera, que, aunque han frenado el enfrentamiento bélico, han debilitado al más indefenso; en este caso, el pueblo saharaui. Y, quizá, por desgracia, ante la inoperancia de la comunidad internacional y la falta de entendimiento se enrarezca el clima en la zona.

Mientras tanto, nuestro Gobierno apoya veladamente a Marruecos (aún a pesar de las innumerables resoluciones contrarias a su actitud) y ha dejado de ser un factor de solución del problema, al tomar abiertamente partido por uno de los contendientes. Difícil papeleta para el Magreb, que no debería dejarse de manera voluntarista en manos de los enfrentados -puesto que sólo la mediación y el acatamiento del derecho internacional pueden ser efectivos-.

Es hora de no dilatar más la solución y con seriedad, no cayendo en promesas infantiles -como hizo Zapatero- de resolverlo "en seis meses".