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16/02/2022 | Opinión - El gas vuelve loco

Guy Sorman

«Solo el gas y el petróleo vuelven loco, destruyen la democracia y producen oligarquías injertadas en la exportación de energía y las materias primas raras. El gas ha engendrado, por ejemplo, las oligarquías rusas y ha destruido las premisas de la democracia que plantó en su día Boris Yeltsin antes de la llegada de Putin al Kremlin».

 

Imaginen a Vladímir Putin sin reservas de gas o al príncipe Mohamed bin Salman de Arabia Saudí sin barriles de petróleo: serían inexistentes e inaudibles en el mapa mundial. Solo el azar geográfico y geológico los ha sentado sobre fallas telúricas de las que manan los recursos energéticos actualmente imprescindibles para el mundo desarrollado.

Pero eso hoy, porque mañana alternativas como el hidrógeno, la energía solar o la nuclear tienen muchas posibilidades de dejar obsoletos sus recursos subterráneos. Entendemos que estos autócratas aprovechen su ventaja provisional para dejar que la gente crea en su poder, para invitarse a la mesa de los grandes, agitar el terreno, ampliar sus territorios, destruir a sus enemigos internos -sus adversarios demócratas y sus rivales- y externos, como Ucrania o Yemen.

No siempre ha sido así; China e India todavía dependen del carbón, como antes Europa Occidental y Estados Unidos. Y no siempre será así. Recuerdo que, no hace mucho, me reuní en Moscú con Vladímir Putin, que acababa de ser elegido presidente. Heredaba entonces, hace veinte años, una economía en ruinas y los precios del petróleo y el gas estaban en su punto más bajo. Rodeado de un equipo de jóvenes tecnócratas, en su mayoría ingenieros, me soltó un largo discurso sobre la reindustrialización de Rusia y la creación de varios Silicon Valley cerca de Nijmi Novgorod y del Volga. Pero en cuanto el precio de las materias primas se disparó, olvidó sus ambiciones tecnológicas y consideró más conveniente y rentable construir gasoductos hacia Europa Occidental.

El mismo escenario se ha reproducido, tal cual, en Arabia Saudí, Argelia, Venezuela y, recientemente, en Ghana. Este país, exhaustivamente mimado por las organizaciones internacionales, que buscan sin cesar un éxito en África, parecía prometedor, a la vez que democrático y en vías de diversificación industrial. Eso parecía hasta el día, hace tres años, en que se descubrieron gigantescas reservas de petróleo frente a la costa. Los ghaneses, de inmediato, dejaron de crear negocios e invertir, a la espera del maná del petróleo; el Gobierno del país, hasta ese momento bastante razonable, gastó y gastó sin medida ni tino en algunos proyectos desorbitados y sin ningún valor económico añadido, a la espera de hipotéticos recursos, porque, hasta la fecha, la explotación del petróleo de momento no ha comenzado.

Este escenario, casi idéntico, punto por punto, para todos los productores de energía o materias primas escasas (como el fosfato en Marruecos) es bien conocido por los economistas, que lo llaman «la maldición de los recursos naturales». Por supuesto, también hay países prósperos, bien administrados, democráticos y diversificados, ricos en recursos naturales (Estados Unidos, Noruega, Escocia), pero su prosperidad es anterior a la explotación de estos recursos, que no constituyen la base de su fortuna.

Solo el gas y el petróleo vuelven loco, destruyen la democracia y producen oligarquías injertadas en la exportación de energía y las materias primas raras. El gas ha engendrado las oligarquías rusas y ha destruido las premisas de la democracia que plantó en su día Borís Yeltsin antes de la llegada de Putin al Kremlin. En cualquier civilización, nadie escapa a la maldición de los recursos naturales: ¿qué tienen en común Rusia, Arabia y Nigeria sino el gas y el petróleo? El oro negro borra las distinciones culturales y políticas. Para nuestros países democráticos, donde el trabajo es a la vez un valor moral y social y un recurso, la enseñanza es clara. A la larga, nada puede sustituir a la empresa y conviene resistir a las fanfarronadas de los locos del gas y el petróleo hasta que su renta natural se agote; cuestión de unos años, no muchos, pues la búsqueda de fuentes de energía no contaminantes se está acelerando.

El éxito de los coches eléctricos es prueba de ello y las minicentrales nucleares (con mucho, la técnica más prometedora), que se están probando actualmente en California y Canadá, harán que antes de una década el gas y el petróleo sean superfluos o estén a un precio muy bajo. En diez años como mucho, los Putin y los Mohammed bin Salman de Oriente Próximo habrán desaparecido; unos volverán a la estepa y otros al desierto. Podemos entender su prisa por conquista, pero no nos dejemos impresionar por sus gestos. Actualmente están muy agitados porque tienen las horas contadas, y lo saben.

 

 

 

ABC (España)

 



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