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05/09/2022 | Opinión - Gorbachov, un visionario ciego

Guy Sorman

Se dice que Gorbachov, cuando recibió el Premio Nobel de la Paz en 1990, lo vio como una maniobra antisoviética. Tenía razón, pero la Unión Soviética ya no existía y él fue el último en percatarse.

 

Gorbachov no quiso nada de lo que logró: la destrucción de la Unión Soviética, la muerte de la ideología socialista, la independencia de los pueblos sometidos. No conocemos, en la historia contemporánea, a un estadista con un destino tan paradójico. Su obra fue considerable, enteramente basada en un malentendido; Edipo rey cegado por sí mismo. Todo empezó en 1985 con su nombramiento al poder por el Politburó, la autoridad suprema de la URSS. Los tres líderes anteriores habían muerto en tres años, todos veteranos muy ancianos. Solo quedaba Gorbachov, que, en opinión de sus compañeros, tenía la ventaja de ser joven e insignificante; la vieja guardia creía que se dejaría manipular. Hablaba poco y solo tenía experiencia reconocida en agricultura, que consideraba un tanto arcaica. Y lo que era aún mejor, Gorbachov era un fiel servidor del régimen que, a lo largo de los años, había abrazado todos los cambios de rumbo. Pero, en realidad, Gorbachov era sinceramente soviético y sinceramente socialista; sin duda, el único que creía en ello, mientras que todos sus compañeros eran, ante todo, cínicos apasionados del poder a toda costa. Lo que los miembros del Politburó ignoraban cuando designaron a Gorbachov es que era sincero y, además –una singularidad en este régimen– odiaba la violencia y aborrecía la sangre. Gorbachov, lo demostró: era tan sinceramente pacifista como sinceramente socialista. Lo que Gorbachov no entendía y nunca entendió es que la violencia era, desde 1917, la base del socialismo soviético. Esta ceguera explica su obra. Si hubiera sido clarividente, tal vez la URSS aún existiría.

Una vez en el poder, Gorbachov descubrió que el sistema soviético estaba agonizando. Sabía que la agricultura estaba cincuenta años por detrás de Occidente, pero desconocía que todo el edificio estaba en ruinas. Esto se reveló, de manera espectacular, con la explosión de la central nuclear de Chernóbil en 1986. Gorbachov estaba horrorizado: la técnica era arcaica; la seguridad, ignorada; la cadena de mando, inexistente. Llegó a la conclusión, inesperada en la URSS tanto como en Occidente, de que había que reformar el socialismo para salvar al socialismo, de que había que pasar del socialismo burocrático al socialismo con rostro humano. El socialismo con rostro humano era la religión de Gorbachov. Prefería ignorar que no existía en ninguna parte, enemistándose tanto con los liberales antisocialistas como con los socialistas arcaicos. Gorbachov no tenía ninguna base popular, ni nacional, ni internacional, para realizar su utopía. Creía que podía lograrlo de todos modos, dando la palabra a la gente. En 1986 fue abolida cualquier censura; la palabra era libre. En la plaza Pushkin de Moscú, en una exaltación inolvidable que me recordó los días de mayo de 1968 en París, los oradores se sucedían día y noche, haciendo a menudo comentarios incoherentes, retransmitidos por todas las radios de la URSS. La prensa escrita y las emisoras de radio independientes tomaron el relevo y esta alegre cacofonía, la 'glasnost', la transparencia, fue un momento único y alegre en una URSS repentinamente liberada. Al menos de palabra.

 

La 'glasnost', en la volátil teoría de Gorbachov que ya no controlaba nada, debía conducir a la perestroika, la reconstrucción del país: la democracia y la modernización de la economía. Pero, cuidado. Como les recordaba a menudo a sus adversarios –como el físico disidente Andréi Sajárov, que se convirtió en diputado–, no se trataba de volver al capitalismo o de desmantelar la URSS, ni el Pacto de Varsovia, esa OTAN del Este. Gorbachov nunca entendió que la ruina de la economía soviética era consecuencia directa de la propiedad pública y de la prohibición de toda iniciativa privada; habría que esperar a Yeltsin, que lo privatizó todo.

Lo que tampoco entendía Gorbachov es que ningún ciudadano soviético era soviético por voluntad propia: todos estaban colonizados desde el interior, bajo el control del Ejército y los servicios secretos de la KGB. Entre los más antisoviéticos se encontraba el propio pueblo ruso. La URSS era un peso para Rusia, como escribió entonces Alexander Solzhenitsyn y entendió Boris Yeltsin. Este, en 1991, derrocó a Gorbachov, jugando la carta rusa contra la URSS.

Gorbachov, por tanto, no controlaba su propio destino, ni el de la URSS, porque además de su error de análisis, se entrometió Ronald Reagan. Los estadounidenses, mejor informados que los rusos sobre la situación real de la economía soviética, relanzaron la carrera armamentista – farol o proyecto estratégico real – porque Reagan sabía que los rusos no podían seguir. Gorbachov ya no tenía ninguna baza que jugar en la escena internacional: cedió a todo, en particular a la reunificación de las dos Alemanias. Esto, a partir de 1989, se había convertido en algo inevitable desde el momento en que Gorbachov negó cualquier ayuda al Gobierno comunista de Alemania Oriental, que estaba tratando de preservar el muro de Berlín, el cual fue asaltado y luego destruido; el Ejército Rojo no se movió. Los bálticos se dieron cuenta y se sublevaron a su vez, sin violencia. De nuevo, Gorbachov, que creía en la glasnost y aborrecía la violencia, dio orden de no disparar. También demostró, a su pesar, que la URSS solo resistía por medio de la violencia; sin represión, no hay URSS. Quedaba en manos de los propios rusos liberarse, lo que hicieron confiando la presidencia de una nueva Rusia independiente a Boris Yeltsin, que lo había entendido todo.

Se dice que Gorbachov, cuando recibió el Premio Nobel de la Paz en 1990, lo vio como una maniobra antisoviética. Tenía razón, pero la Unión Soviética ya no existía y él fue el último en percatarse. Nunca llegó a darse cuenta, ya que en 1996 se postuló para la presidencia de la nueva Rusia y obtuvo el 0,5% de los votos: la perestroika fue una apuesta perdida de antemano, pero, casi lo lamentamos, Gorbachov y Yeltsin fueron libertadores, desafortunadamente sustituidos desde entonces por un nuevo Stalin.

ABC (España)

 



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