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05/01/2023 | Opinión - Resistamos a la tiranía

Guy Sorman

«Mis predicciones, sombrías, no demonizan ni acusan a los pueblos ruso y chino como tales, sino exclusivamente a sus líderes. Rusia y China solo tienen la desgracia de estar gobernadas por terribles déspotas. Stalin y Mao también fueron peligrosos, pero en un mundo menos globalizado que el actual; Occidente podía aislarse de ellos. Ahora ya no es posible».

 

El año 2023 es, por definición, impredecible. Como escribió el filósofo británico Karl Popper: «Es asombroso que se dediquen tantos libros al futuro que, por definición, no existe en el momento de escribirlo». Sin duda, aventurarse en las previsiones es un género literario atractivo, porque está al alcance de todos y no requiere ningún conocimiento o investigación en particular. Si, por casualidad, el pronóstico resulta ser exacto, el autor triunfante hará carrera y declarará con voz estentórea «ya lo dije». La suerte hace al profeta. Si el autor se equivoca, el caso más frecuente, conseguirá que le olviden más fácilmente, porque nadie recuerda una profecía falsa. Dicho esto, es imposible que la mente humana, a pesar de Popper, a pesar de la inexistencia fáctica del futuro, no se sumerja en él. Por lo tanto, me toca contradecir mi propia postura filosófica e imaginar 2023, no en detalle, sino en sus líneas principales. En pocas palabras, 2023 se presenta muy inquietante, cargado de las amenazas más graves que hemos vivido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, pesan sobre nuestro mundo dos terribles amenazas, encarnadas por los dos dictadores más peligrosos del siglo, Vladímir Putin y Xi Jinping.

Es evidente que Putin, humillado por la resistencia de los ucranianos, buscará venganza a toda costa. Como, a sus ojos, las vidas humanas no cuentan, podemos esperar que sacrifique a cientos de miles de rusos en todos los frentes. Si estas agresiones masivas basadas en un modelo estratégico que antaño prevaleció contra Napoleón y Hitler no son suficientes, es evidente que utilizará armas nucleares tácticas, sean cuales sean las consecuencias. Por lo tanto, es difícil pensar que la guerra de Ucrania vaya a permanecer limitada a Ucrania; los ucranianos ya están bombardeando aeropuertos situados en Rusia y buques de guerra rusos en el mar Negro. El campo occidental, prisionero voluntario de su alianza con Ucrania, solo podrá subir la apuesta. Únicamente un golpe militar en Moscú que sustituyera a Putin por una junta de generales realistas salvaría a Europa de una guerra generalizada. Recordemos también que esta guerra de Ucrania ya es mundial, puesto que el cese de las exportaciones agrícolas de Ucrania está provocando hambrunas en África.

¿Deberían los países de la OTAN abandonar a Ucrania a su triste destino? Es inconcebible (aunque hay quintacolumnistas en Occidente para defender la causa de los rusos, con dinero de Moscú), porque eso supondría admitir la superioridad del principio de la tiranía sobre la democracia y alentar a los tiranos a ampliar sus ambiciones. De hecho, abandonar Ucrania equivaldría a reconstruir la URSS e incitaría al tirano chino a entrar en guerra contra India, Taiwán, Japón, Indonesia, Filipinas y Vietnam, países contra los que China mantiene reivindicaciones territoriales.

En resumidas cuentas, a principios de año la única previsión racional es reconocer que la guerra de Ucrania no tiene un desenlace previsible; todo es incertidumbre. El coste humano, el coste económico, el riesgo de ampliar el conflicto, no pueden sino aumentar. Perdónenme por jugar así a las casandras, pero hay precedentes, como la I Guerra Mundial antes de la intervención estadounidense. España la evitó, es cierto, pero España es hoy ciudadana del mundo occidental y democrático. Ya no tiene la opción de la neutralidad.

Locura peligrosa en Rusia y locura igualmente peligrosa en China; Xi es tan megalómano e irracional como Putin. Ambos ilustran el famoso aforismo de lord Acton: «El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente». Xi acumula fracasos: economía de capa caída, pandemia devastadora, revueltas populares; no puede sino sentirse tentado por una aventura militar externa. Al igual que Putin, está dispuesto a sacrificar millones de vidas para apoderarse de Taiwán, para empezar. Es algo que el Occidente democrático no puede aceptar, no solo porque Taiwán es una democracia, sino también porque una victoria de Xi le daría a China el control de las rutas marítimas del mar de China, arteria vital del comercio mundial. Más allá de Taiwán, lo que Xi quiere mantener como rehén es todo el sistema de comercio internacional. A esta amenaza militar hay que sumarle el riesgo sanitario que supone China para el mundo. El Covid nos llegó desde China, no por casualidad sino como las grandes epidemias de antaño, la peste y el cólera. Recordemos que, tras fracasar en la contención del Covid en China, Xi Jinping se ha aventurado a su liberación total, con la esperanza de que, tras unos cuantos millones de muertos, el pueblo logre la inmunidad colectiva. Esto es incierto y, además, los chinos volverán a viajar, con el riesgo de volver a infectar a Occidente. También debemos temer una nueva mutación del virus en China, frente a la cual no estaríamos protegidos.

Mis predicciones, sombrías, pero insisto, inciertas, no demonizan ni acusan a los pueblos ruso y chino como tales, sino exclusivamente a sus líderes. Rusia y China solo tienen la desgracia de estar gobernadas por terribles déspotas. Stalin y Mao también fueron peligrosos, pero en un mundo menos globalizado que el actual; Occidente podía aislarse de ellos. Ahora esto ya no es posible, debido a las armas de largo alcance de que disponen los nuevos tiranos y a nuestras interdependencias económicas.

¿Qué conclusión sacar? Para nosotros, que tenemos el privilegio de vivir libres, sería apropiado que en 2023 acalláramos nuestras disputas internas o las relativizáramos, ya que la amenaza externa es significativa. Convendría acudir en ayuda de los movimientos democráticos en Rusia y en China. Sí, existen, pero no les hacemos caso. Solo estaremos en paz después de la democratización de estos dos países. Es utópico y es posible; la tiranía no es una fatalidad cultural.

ABC (España)

 



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