Cuando se escriben estas líneas, el resultado de las elecciones en México es aún incierto. Tanto López Obrador como Calderón, los que más posibilidades tenían de alcanzar la victoria según las encuestas, se proclaman vencedores. Mientras el candidato del PRI parece definitivamente excluido del lance, parece que es Calderón quien puede acceder a la Presidencia del país. No obstante, la calidad de una democracia se mide fundamentalmente, aunque no únicamente, en los procesos electorales.

En un país de setenta millones de habitantes, lindando al sur con EE.UU., excepto algún juego sucio durante la campaña podría hablarse de éxito democrático a la espera de los resultados finales y del acatamiento de los mismos por las partes contendientes.

Como está ocurriendo en el conjunto del subcontinente americano están en liza dos visiones políticas: la neopopulista, de marcado carácter intervencionista, autárquica y que pretende sacar fuera al país de los grandes tratados comerciales (lo que conduciría al empobrecimiento del país y la falta decrecimiento económico) -todo ello en nombre de los más débiles, aunque luego sean ellos los que más lo sufran- y, por otra parte, la liberal-conservadora continuista de las grandes líneas maestras del periodo de Fox, de avances y logros macroeconómicos.

Si finalmente Calderón logra la victoria tiene una estupenda oportunidad para mostrar, corrigiendo los evidentes errores del anterior presidente, como las políticas disciplinadas en lo económico e incentivadoras de la participación social;en vez de la omnipresencia del Estado- son una excelente receta contra la ola neopopulista americana. El secreto estará en conseguir que las cifras de la macroeconomía bajen a la calle y bene ficien a los ciudadanos concretos. Esta es la asignatura pendiente en Latinoamérica, por lo menos desde el Consenso de Washington.