Ello ha forzado a redefinir el entero panorama partidista italiano que en el último fin de semana ha dado a luz una nueva formación, el Pueblo de la Libertad, que aspira a unificar a todas las fuerzas del centro derecha de aquella península.

Forza Italia, el socio fundador mayoritario de la nueva formación, es un partido cuanto menos atípico, mas hay que reconocer a su presidente, Silvio Berlusconi, su capacidad de encontrar su propio espacio político entre las ruinas dejadas por la democracia cristiana, la gran definidora de la Italia política de la segunda mitad del siglo XX.

La ruina democristiana también fue capaz de generar espacio para el crecimiento del Movimiento Social Italiano, los herederos del fascismo post mussoliniano que durante décadas mantuvieron una pequeña fuerza algo más que testimonial bajo la jefatura de Giorgio Almirante.

La hábil reconversión del MSI en Alianza Nacional -sin borrar nunca de su logo las iniciales MSI- dio aire a un partido que viniendo de la extrema derecha, como tantos dirigentes que en España formaron Alianza Popular, tuvo la capacidad de redirigirlos a todos por senda plenamente democrática.

Ya la primera vez que Berlusconi formó gobierno con Alianza Nacional en marzo de 1994 se desataron las voces contrarias aduciendo que por primera vez los derrotados en la Guerra Mundial volvían al poder.

El hábil argumento de la izquierda no logró ocultar la verdad. Se había dado el primer paso para integrar en la democracia a todo el filofascismo que flotaba en una órbita exterior al sistema.

Exactamente tres lustros después, y con cierto paralelismo en lo que José María Aznar hizo en España tras refundarse Alianza Popular en el Partido Popular y sumar a democristianos y liberales, Berlusconi y Fini han apostado por un partido de centro derecha de amplia base, en el que el perfil ideológico del heredero del fascismo está casi tan desdibujado como siempre lo estuvo el de Silvio Berlusconi.

Un partido de Gobierno en el que quepan desde los centristas hasta Alessandra Mussolini.