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28/07/2010 | El déficit de visión de futuro de Europa

Guy Sorman

En la parte occidental de Europa, la que el ex Secretario de Defensa de los Estados Unidos Donald Rumsfeld denominó maliciosamente "la vieja Europa", casi todos los gobiernos tienen graves problemas políticos.

 

El nuevo gobierno de coalición del Reino Unido puede ser la excepción... por ahora. En los Estados miembros grandes de la Unión Europea, los índices de popularidad de los dirigentes -Nicolás Sarkozy en Francia, Silvio Berlusconi en Italia, Ángela Merkel en Alemania y José Luis Rodríguez Zapatero en España- rondan el 25 por ciento o menos.

Ya sean conservadores como Sarkozy, democratacristianos como Merkel, populistas de derecha como Berlusconi o socialistas como Zapatero, la afiliación política no parece diferenciar. Actualmente quien ocupa el poder en Europa tiene problemas.

¿Qué es lo que ha fallado? La crisis económica parece la explicación más evidente, pero tal vez lo sea demasiado.

Hace dos años, cuando las ondas de choque del desplome de la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos tocaron las costas europeas, esos dirigentes políticos reaccionaron con aparente vigor, lo que les dio bastante popularidad por un tiempo. Paradójicamente, las primeras etapas de la crisis financiera parecieron favorecer a los dirigentes conservadores y partidarios del mercado, que parecían estar en mejores condiciones para salvar la economía, más que a los socialistas.

Hoy, ya no es así. El socialismo vuelve a estar en alza en toda Europa, al menos en las encuestas de opinión, y el populismo de derecha ha pasado a ser una fuerza electoral que tener en cuenta en Francia, Bélgica y los Países Bajos.

El estancamiento económico ha llegado a parecer interminable. Los puestos de trabajo son escasos y el futuro parece sombrío por doquier. La crisis griega ha cubierto con un manto de pesimismo toda la zona del euro. Ahora se mira con recelo la moneda común. En los márgenes de la opinión pública, algunos susurran incluso la propuesta de que sus países vuelvan a sus antiguas monedas nacionales, cosa que sólo serviría, naturalmente, para provocar un desastre en forma de un estado de cosas aún más confuso, pues los países de la UE están endeudados en euros. El abandono de la zona del euro sólo serviría para aumentar su endeudamiento.

Lo que vuelve aún más sombrío ese desolado paisaje económico es la asombrosa incapacidad de los dirigentes europeos para explicar lo que ha sucedido y está sucediendo a sus ciudadanos. De hecho, creo que esa es la razón fundamental por la que se han desplomado sus índices de popularidad en las encuestas. Los dirigentes de Europa parecen carecer de rumbo, porque no tienen una concepción a la que recurrir.

Pensemos en el euro: ningún jefe de Estado o de gobierno ha podido presentar hasta ahora una defensa coherente de la zona del euro para contrarrestar el omnipresente malestar que ahora existe en relación con la moneda común. O pensemos en el gasto público: todos los dirigentes europeos quieren categóricamente reducir el gasto estatal, pero esos mismos dirigentes, incluida esa supuestamente seria señora del presupuesto Ángela Merkel, afirmaban hace menos de dos años que el gasto público brindaría una vía "keynesiana" de salida de la crisis.

¿A qué se debe esa media vuelta? El público europeo ha descubierto que los programas de estímulo fiscal del período 2008-2009, cuyo objeto era impedir una crisis aún mayor, crearon más deudas que puestos de trabajo. Sin embargo, los políticos detestan confesar sus errores pasados. Por eso, parecen incapaces de explicar su nueva lógica para las reducciones de gasto que ahora están anunciando.

Los dirigentes de Europa empeoran la situación cuando se demuestran incapaces de conectar "reformas" aisladas: un menor déficit público, pongamos por caso, con concepción amplía alguna de la economía. Un buen ejemplo de ello es el intento de Sarkozy de prolongar la edad de la jubilación en Francia de los 60 años de edad a los 62. Los sindicatos están furiosos, cosa que,  por lo demás, es su deber. La población en general no entiende, sencillamente, qué vinculación hay entre la edad de la jubilación y la crisis.

La verdad que los políticos (exceptuado el Gobierno de David Cameron en el Reino Unido, al menos de momento) se muestran reacios a reconocer es la de que el marasmo actual de la Europa occidental es distinto de la contracción mundial causada por los Estados Unidos. La vieja Europa ha entrado en una crisis grave y muy ardua del Estado del bienestar, tal como los europeos corrientes han llegado a conocerlo.

La creación de pensiones de jubilación, subsidios de desempleo y seguros de enfermedad generosos y todos los demás tipos de programas sociales que hacen de la Europa occidental un lugar cómodo para vivir se remonta a una época en que la economía y la población de Europa crecían rápidamente. Ahora, después de una generación de estancamiento económico y demográfico, sólo se puede financiar el Estado del bienestar mediante la emisión de más deuda pública. Los mercados financieros, despertados por la crisis mundial, dejarán de apoyar la situación actual, parecida a la de un pueblo Potemkin, en la que las prestaciones sociales han llegado a ser una fachada apuntalada por déficits.

En un momento así, la dirección política requiere un acento churchilliano. Hay que explicar por qué el euro sigue siendo la mejor protección existente contra la inflación, el mal social más peligroso de todos, por qué los estímulos estatales no darán resultado y nunca han aportado, en realidad, un crecimiento sostenido y por qué se debe crear un nuevo equilibrio entre asistencia social y dinamismo económico, basado en menos deuda pública y más inversión privada.

Esa posición, si se expusiera con claridad, sería entendida y podría ser apoyada por muchos, si no todos. Como mínimo, daría cierta sensación de coherencia a las medidas adoptadas por los políticos y quienes se opusieran a esa búsqueda de un nuevo equilibrio europeo -marxistas y populistas, la mayoría- tendrían que competir con una nueva concepción propia de ellos.

¿Volvería semejante concepción claramente expuesta más populares a los dirigentes de Europa? Tal vez o tal vez no, pero parecerían, casi con toda seguridad, más legítimos, incluso ante sus adversarios.

Guy Sorman, filósofo francés y economista, es autor de Economics Does Not Lie ("La economía no miente").

Copyright: Project Syndicate, 2010. 
Traducido del inglés por Carlos Manzano.

El Tiempo (Colombia)

 


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