A simple vista, puede pensarse que tener la exclusividad política en la conducción del país por un solo partido, sin mas balance ilusorio que el resultante de las distintas alas del partido de gobierno conducido desde una dirección política central que coincide con la integración del gabinete ministerial del presidente, es una posibilidad de hacer mas y mejor. Un grave error.

Si a esta situación se le suma una mayoría parlamentaria absoluta, y al gabinete ministerial se le agrega la dirección monopólica en todos y cada uno de los entes y organismos de gestión del estado, el tema se torna más complejo y peligroso aún.

Esto tiene una consecuencia natural: cuando un problema aflora, es porque no solo esta consumado, sino que ya traspasó todos los limites que puedan imaginarse y en la mayoría de los casos sus consecuencias son ya difícilmente reparables.

Hasta ahora el inventario de situaciones complejas de gestión de algunos de los operadores del gobierno en el ejercicio cotidiano de su actividad viene en ascenso, pero todos sabemos que objetivamente es inevitable que vendrán más, por el mero hecho de tener una mayor exposición al riesgo de actuar por si y ante si.

Baste pensar además, que para muchos operadores del gobierno el rumbo seguido desde el, no es precisamente el que soñaron cuando militaban desde la oposición absoluta e intransigente.

La mezcla de desilusión y frustración ideológica, la desaparición del concepto de enemigo como elemento nucleante, y el ejercicio en competencia interna del poder dentro del mismo Frente Amplio, inevitablemente producirán hechos del tipo de los que cualquier gobierno preferiría no tener que afrontar.

Cuando se actúa en solitario, en solitario se debe asumir la responsabilidad.

Hemos insistido en el debido proceso como garantía humanitaria de la acción, pero este también incluye la separación preventiva de funciones, la sanción y desde ya que la mayor responsabilidad política e institucional, aunque los votos aseguren parlamentaria impunidad, y dejen todo sometido a la acción de los órganos políticos de dirección del partido en el gobierno.

Mas de una vez dijimos que además del país y su gente, que es lo que importa, también llegaría el día en que actuando así terminaría complicándose la vida el propio gobierno, en este monologo de gestión al que se ha sometido al país en todos los ámbitos pensando que era un logro y un magnifico instrumento para gobernar.

No hay mérito en la soledad de la acción cuando esta refiere a todos, como no hay refugio posible en la responsabilidad actuando en solitario y excluyentemente cuando se debiera actuar de otra manera.

Ojalá que se comprenda a tiempo, que es mejor que los sensores estén cerca y que no sean los bomberos políticos internos los que cada día mas deban apagar los incendios que la gestión y sus desvíos es evidente que inevitablemente provocan.

Mas allá de los casos concretos, también importa el principio, y este tiene que ver con los contrapesos del poder y el cumplimiento del mandato claro de la constitución, único instrumento conocido para contrarrestar la veleidosa probidad de los hombres, como los uruguayos lo aprendimos de Artigas desde la escuela, aunque a veces pareciera que para muchos la maestra se salteó esa página de la historia o en ese día se hicieron la rabona.

Ya hemos dicho que no compartimos los juicios apresurados ni las conclusiones o las renuncias forzadas, ni las permanencias a ultranza, pero tampoco nos merecen confianza alguna los mecanismos tendientes a minimizar artificiosamente las situaciones, porque la gente no es tonta y cada día mas descree en los decires de quienes hasta ayer nomás desde la oposición pretendieron hacer creer que tenían el monopolio de la verdad y la honestidad.

Por eso son sabios son algunos clásicos decires:

-En muchos casos si quieres conocer a fulanito, dale un carguito.

-El poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente.

-Es muy veleidosa la probidad de los hombres, solo el freno de la constitución puede afirmarla, al que se suma la inolvidable oración que pone en manos de la soberanía la autoridad que de ella emana y ante cuya presencia necesariamente cesa.

Bueno sería que se tuviera en cuenta, que el poder en un estado de derecho democrático como el nuestro, es siempre y por definición absolutamente transitorio y se ejerce en condición de inquilino a término respecto de una soberanía que en democracia, siempre y exclusivamente radica en la nación.

(*) Representante Nacional - Partido Colorado