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02/03/2008 | Uruguay - La inadmisible marginalidad social

Dr. Alberto Scavarelli

Afirmar que la formación y la educación de nuestros jóvenes y niños es un tema crucial, sería casi una obviedad, si no fuera porque es un propósito cada vez más complejo de cumplir en este tiempo que nos toca vivir, pasteurizados entre situaciones e ideologías que dificultan un buen diagnóstico y los mejores procederes sostenidos.

 

El tema aflora con intensidad a poco de recorrer las calles de las ciudades  o ver lo que sucede en los barrios periféricos y socio-económicamente deprimidos, o de contexto socio-cultural crítico, que es el eufemismo con que se denomina a los barrios muy pobres.

Hay demasiados niños y jóvenes en las calles, que notoriamente no están participando en ninguna actividad educativa, que no sea la formación en la informalidad suprema y peligrosa de las calles.

Hoy hay niños y jóvenes solo ocupados  en estar desocupados, engrosando la categoría de los que no estudian, ni trabajan, y que dicen no querer estudiar ni trabajar.

Debemos entendernos bien. Hablamos de marginalidad absoluta, un quedar librado a la contingencia de la intemperie, al refugio del compañero de deserción social, para compartir prescindencia, falta de límites, angustias y pérdida de toda esperanza que no sea la que pueda fructificar en la marginación.

En la pérdida de referentes con valores sociales y de urbanidad básica para convivir y participar plenamente en sociedad, se entremezclan y compiten  con otros grupos cuyo modo de vida se retroalimenta en esa cuneta de la vida que comparten.

El desafío es educar para la vida y definir los espacios escolares suficientes, y antes aún generar los estímulos y los llamados a la responsabilidad de quienes tienen o dejan a esos muchachos en situación de calle.

Es anterior a todo lo demás,  instalar mecanismos para que sin perjuicio de la obligación, sientan que la asistencia al sistema educativo significa una posibilidad para la familia y directamente para el muchacho si es que el grupo no reacciona por si mismo.

Si los mayores no asumen su cuota de  responsabilidad, esa que la ley  llama patria potestad con sus deberes inherentes y cuyo incumplimiento u omisión tiene sanción penal, y si esto también resultara insuficiente para rescatarles de la calle, entonces el estado debe actuar en cumplimiento de la ley con firmeza y determinación.

Tras un menor en abandono o en situación de calle, puede haber un mayor en infracción,  pero lo que siempre habrá será un estado en falta.

Si se quisiera una sociedad resignada a que la reja, el barrio cerrado, la escuela de guetos herméticos y la discriminación social incluida la residencial sea el modelo que se instale, entonces si que por estos lados del mundo vamos bien.

En Uruguay nacen unos cincuenta mil niños por año, muchos de ellos de hogares pobres, y ese es un tema crucial, porque el sesenta por ciento de los niños nacen en el nivel del veinte por ciento más pobre de la sociedad.

Dicho de otro modo, si la sociedad económicamente considerada fuera un edificio de cinco pisos, el sesenta por ciento de los nacimientos son en planta baja, y así se reproduce la pobreza y su infantilización.

Pero ser pobre nunca fue razón para el abandono de los niños, ni excusa para la suciedad, el malvivir, ni tener que estar librados a su infortunio como si fuera inexorable.

Hay marginalidad procedente de hogares muy pobres, pero también la hay  de hogares que no son para nada pobres, claro que en estos últimos, los jóvenes tienen chances materiales de rehabilitación, que los demás evidentemente no tienen.

El desafío es el encuadramiento social, el lograr que por lo menos unas horas del día esos muchachos estén dentro del sistema, en un esfuerzo de la sociedad por integrarlos, rescatarles  y por tratar de convencerles de que hay otra manera de vivir una vida que de no cambiar los llevará por complejos senderos de difícil  retorno.

A la calle y sus riesgos de siempre, se suma el alcohol, las drogas con la pasta base rompiendo corduras muchas veces para siempre, la prostitución adolescente, todo tipo de enfermedades, más el drama de la enfermedad mental con índices alarmantes y por si fuera poco el delito cometido por menores.

Las pandillas, y su impronta terrible en muchos países de nuestra América, están allí nomás. Un modo de refugio y pertenencia que se está transformando en un azote, donde las Maras son la máxima expresión de la barbarie de la tribu urbana.

Imaginemos que resultado tendríamos si hiciéramos una pesquisa siquiátrica, siquiera por muestreo entre jóvenes de entre 10 y 18 años  por ejemplo.

Sería atroz el resultado. Mientras tanto flotamos sobre ese magma crítico, esperando que la vida lo resuelva sola, mientras se pierde energía y tiempo forcejeando desde dogmatismos, sobre participación y cuotas de poder en la estructura de gobierno de la educación.

 

Es innegable en este contexto de renunciamientos, impotencias y omisiones de los mayores, la importancia suprema de las escuelas de tiempo completo y desde la más temprana edad posible. Soy de los que piensan que un niño pequeño, hasta los cuatro o cinco años, debiera estar de ser posible el mayor tiempo y si fuera del caso todo el tiempo con sus padres, disfrutándose entre ellos y dándole a la vida el sabor irrepetible de ternura y familia con la que lo humano se ha construido por generaciones.

Pero hoy la clave es andar siempre ocupados con cosas “urgentísimas aunque no siempre sean importantes”. Por eso si el niño no puede estar en su hogar, ni tampoco sus mayores, entonces enviémoslos a los centros educativos porque estarán mucho mejor que deambulando por allí, mientras sus padres trabajan o simplemente no están porque no pueden o en algún caso no quieren, y no precisamente por ser exclusivamente familias en situación de marginalidad económica.

Hay muchas horas del día además del trabajo, en la que los padres tienen otras cosas que hacer distintas a estar con sus hijos. En fin que es otro tema de los llamados hijos de la llave.

Sin duda la formación preescolar es formidable como modelo complementario del hogar para que los niños aprendan a relacionarse entre ellos y a convivir con ciertas reglas y principios.  Pero siempre lo mejor es que tengan una muy alta dosis de compañía de padres y abuelos, toda la que se les pueda dar.

Lamentablemente hoy es casi al revés, las “urgencias y prioridades” de este tiempo han hecho que  el estar con sus mayores mas queridos, sea para los niños un complemento a la vida institucional de la guardería o el preescolar que les insume casi todo el día.

Pero la realidad también enseña que hay muchos niños “sueltos” de diferente forma. Viviendo al margen de la cercanía familiar en diferentes grados y circunstancias.

Siempre ir “pupilo” fue una desgracia y un temor que a algún amigo de la infancia le podría alcanzar. Pero aun así y con el temor reverencial que generaba, estar pupilo siempre fue mejor que estar abandonados de otros modos.

En mi barrio, cuando las cosas se complicaban con la inconducta de alguien de la barra, la amenaza de ir pupilo era munición pesada en el arsenal paterno.  Pero en los hechos cuando un niño realmente iba pupilo era porque había quedado solo o cuando sus padres,  abuelos o tíos ya no podían tenerlos con ellos.

El paso del tiempo transformó aquel instrumento de ayer, hasta establecer estos modelos institucionales intermedios de hoy con fines casi similares aunque generalizados y con otros umbrales. Entre pupilo y escuela de tiempo completo hay solo unas horas y unos cuantos años de historia humana transcurrida, y la enorme ventaja de volver cada noche al hogar.

Hoy y aquí, estamos instalados en un debate superior sobre programas y formas de integrar los órganos de dirección de la enseñanza. Esta bien, porque es muy importante, pero mientras se discute, por el otro extremo de la bolsa se esta escapando la escolaridad, aumentando la repetición y esta creciendo la deserción o directamente la ausencia de niños que ni siquiera ingresan al sistema educativo porque están en situación de calle. Muchas veces viven de ella y en ella, sin otras alternativas.

Aún en medio de esa dura y creciente realidad, desde ya que estamos mas que de acuerdo con el plan Ceibal y una computadora por niño de los que van a la escuela, desde ya que consideramos imperioso instalar  la enseñanza bilingüe,  coincidimos con la preocupación y el buscar salidas al grave problema de  la  repetición, pero estamos en medio de una  peligrosa auto exclusión de miles de muchachos que retroalimentan su marginación, consolidando su postura fuera del sistema formal, un sistema que después no tendrá mucho mas para hacer que reprimirlos pensando en defensa propia, y para entonces con muy pocas chances de lograr tardíamente una rehabilitación significativa, porque ya están en el mundo del delito.

El mundo hoy se debate en principios simples. Las sociedades urbanas deben luchar denodadamente por el encuadramiento social, por el afincamiento en el sistema educativo, porque cada generación humana requiere ser educada, formada en valores, querida, acunada y orientada hacia el sendero de una formación personal básica que le permita vivir integrado y en sociedad. Antes la deserción escolar se daba porque el niño iba a otras tareas. A trabajar con sus padres o a ser aprendiz de algún oficio porque la vida se lo imponía. Era grave, pero por este camino y a pesar de todo muchos de esos niños que dejaban la escuela en tercer o cuarto año, luego fueron personas relevantes de la sociedad, o esforzados padres de familia que con su esfuerzo forjaron un futuro mejor que el de ellos para sus hijos, porque siempre tuvieron claro los principios y los valores humanos compartidos.

Hoy es muy diferente. La mayoría de la deserción escolar es rumbo a la marginalidad. El pronóstico no es difícil porque ya ha sobrado ejemplos de lo que nos esta pasando a ellos y a nosotros como sociedad con estas situaciones de abandono.

 

No hay trasmisión genética de conocimientos, ni de cultura, ni de buenos modales, ni de respeto por los demás. Son improntas culturales a trasmitir, y a enseñar, desde los mayores, las familias, los padres y abuelos como pueden, en pareja o solos, luchando con lo cotidiano, pero haciendo de sus niños personas capaces de asumir compromisos en la vida, empezando con ellos mismos.

Pero hoy hay padres y abuelos que temen a sus propios hijos y nietos, o que no saben de ellos o de lo que ellos hacen durante días o largas horas del día. Que no saben que hacer y que se debaten entre la resignación y la prescindencia forzosa porque se sienten solos y superados.

Allí la asistencia social y los sistemas previstos por la ley deben ser estrictos en su aplicación efectiva, en beneficio de los jóvenes y del imperioso rescate de los niños en la calle.

 

No puede alimentarse la libertad de un menor, para ser abusados, prostituidos, para caer el la drogadicción o para ser madres niñas. No puede haber una condena a la libertad de vivir miserablemente en las calles y durmiendo entre jirones o en camas de otros que no les quieren bien.

Se que sobran vocaciones, se que hay desesperanza, pero la receta esta en el firme propósito de no resignarse. Recojamos a esos niños y jóvenes, integrémoslos a centros educativos y a alojamientos preceptivos, donde se laven, coman, estudien y aprendan reglas mínimas de convivencia y organización de su vida.

Si no lo hacemos ahora, con continuidad y firmeza, después será mucho más difícil, hasta que un día quizás ya no nos reconozcamos a nosotros mismos, como sociedad integrada y elementalmente solidaria.

Legislador Nacional  - Partido Colorado -  Uruguay

albertoscavarelli@yahoo.comhttp://www.scavarelli.com/

Offnews.info (Argentina)

 


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