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25/03/2007 | A la guerra con un tenedor

Dr. Alberto Scavarelli

Se nos propone ahora por voceros oficiales, entrenar y armar a nuestros jóvenes, con el propósito de combatir en una guerra de guerrillas contra potencias que decidan venir a llevarse el agua de nuestra porción del acuífero Guaraní. Al mismo tiempo se informa que habrán de reducirse las fuerzas militares profesionales en un 30%.

 

Es difícil creer que se hable en serio. Lo grave es que puede existir poder político suficiente para llevar estas ideas adelante. La confusión es tal, que solo el asombro puede superar a la sorpresa.

El fundamento se da por el agua del acuífero, esa misma agua que no podremos vender nunca -tenga el precio que tenga- porque la reforma constitucional impulsada entonces por quienes hoy son gobierno, lo impidió definitivamente, aunque nuestros vecinos hacen con el acuífero y con su agua compartida lo que quieren, incluso venderla.

En medio de esta alucinada pesadilla beligerante y desde la estrategia de una propuesta guerra de guerrillas a la intemperie, se plantea extrañamente despedir soldados profesionales, y sustituirlos por jóvenes reservistas entrenados de a ratos y equipados con armas de otra época que deberán aprender a usar en los liceos, en horas quitadas al inglés o a la vieja e imprescindible educación moral y cívica que no se enseña más y así nos va.

Estos muchachos deberán enfrentarse -siempre en desventaja- a soldados de elite que vendrán equipados con tecnología y armamentos desconocidos y con recursos comparativamente ilimitados. Vuelven a olvidar que somos un país sin cultura, ni vocación, ni geografía belicista, con una visión de nación humanista, que por mandato constitucional expreso, ha hecho de los medios pacíficos el más eficiente instrumento de defensa de lo nuestro.

Cuando de visita invitado a pescar, vino el presidente norteamericano hace unos días, se informó después que se fue, que había vigilante algún avión estadounidense sobrevolando el territorio nacional a miles de metros de altura, por lo que por aquí abajo ni los vimos, ni los oímos, ni los detectamos, y ni siquiera nos enteramos, salvo porque nos avisaron cuando se fueron y porque habían llevado a un oficial uruguayo a bordo.

Si queda alguna duda, alcanza con entrar al público programa Google Earth, y ver allí el techo de su casa o el arco de fútbol de la canchita del barrio, con nitidez escalofriante. No cuesta mucho imaginar que eficiencia tendrán los sofisticados sistemas militares y su efecto respecto del poco refugio que pueden ofrecer nuestras suaves ondulaciones del terreno, para exponer a morir allí mal armados, a los muchachos entrenados en horas de clase en el liceo, al tiempo que se reduce el ejército profesional en lugar de perfeccionarlo como sería esperable si se teme por la defensa nacional.

Es como si ante el temor de una grave epidemia, expulsáramos a los médicos y enfermeros y los sustituyéramos por voluntarios formados con un breve curso de primeros auxilios por correspondencia. La defensa de lo nuestro y de nuestra inalienable soberanía, es mucho más compleja y debe fundarse en absoluto buen sentido.

Requiere de una fuerte presencia en los organismos multilaterales y con prestigio, y contar con la protección del derecho internacional, más allá de requerir también fuerzas armadas profesionales suficientemente entrenadas y equipadas, planificación estratégica de primer nivel y un sistema de acuerdos internacionales de defensa recíproca que nos potencie con alianzas dentro y fuera de la región.

No se trata de la peligrosa creación de fuerzas armadas supranacionales como en su mesianismo propuso crear Chávez, sino simplemente tener los acuerdos que nos permitan desde el derecho internacional, hacer frente a la anunciada invasión de un sediento mundo desarrollado, que es la hipótesis imaginada de conflicto militar para el Uruguay en el siglo XXI.

Se dice que la guerra es demasiado seria para dejarla sólo a cargo de militares. Pero es también demasiado profesional para ponerla en manos de muchachos con cursos de fin de semana, con equipos del siglo pasado, y con sus vidas en manos de ocurrentes estrategias.

No tendremos nunca nada mas valioso que cuidar en esta tierra que la vida de nuestra gente. Nadie nos puede validamente proponer cambiar sangre por agua. Pero el presupuesto mismo de la invasión para llevarnos el agua parece poco serio: Hace pocos días, se informaba sobre procedimientos de desalinización del agua de mar con equipos que pueden abastecer ciudades enteras, a un costo final de medio dólar el metro cúbico, mucho mas barato por cierto que lo que nos cobra promedialmente OSE.

Es mucho más simple y económico que los presuntos invasores empleen otros medios antes que embarcarse en complicadas invasiones y en el costosísimo transporte interoceánico de nuestra agua potable. El belicista planteamiento es absolutamente inaceptable.

Nuestros jóvenes deben ser formados para la paz, la libertad, la defensa de la vida y el progreso en democracia. Deben ser apoyados para formar familia, para la inteligencia, el humanismo y el manejo de la tecnología, para producir y para defender lo nuestro con racionalidad en los ámbitos que fuere necesario.

Todo menos que sean expuestos a salir a pelear en absoluta desventaja por callejones y zanjones, contra los anunciados invasores, mientras al mismo tiempo se reducen drásticamente las fuerzas armadas profesionales de las que en importante número están cumpliendo con distinción, complejas misiones de paz para la ONU.

Unos tienen amigos imaginarios con los que dialogan para no sentirse solos, pero parece haber quienes cultivan enemigos imaginarios, para jugar sin derecho, a inadmisibles juegos de guerra con la vida de nuestros jóvenes.

No se puede confundir formar guerrilleros amateurs para resistir una invasión, con desarrollar una buena defensa civil para atender con eficiencia casos de incendios, inundaciones o epidemias. Hoy donde hay tropas reservistas, estas se suman a sofisticados ejércitos profesionales, con aviaciones y marinas comparativamente de otro mundo y con armas y blindados que aquí no vimos ni en películas.

Confundir pueblos que han debido pasar su historia muriendo y matando ante la indiferencia, fanatismo e intereses inconfesables de tantos, con la población uruguaya y su idiosincrasia, es no terminar de entender del todo, nuestra más profunda esencia nacional.

Es bueno recordar que en el año pasado se fueron diecisiete mil uruguayos y no regresaron. De continuar con estas ocurrencias, habrá de aumentar drásticamente el progresivo exilio en curso. Ojalá que en realidad no se este pensando, en la peligrosa intención de crear milicias populares.

(*) Representante Nacional – Partido Colorado - Uruguay www.scavarelli.com.-

Offnews.info (Argentina)

 


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