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15/12/2009 | Un Guantánamo para mexicanos en el desierto

Víctor Hugo Michel

Phoenix, Arizona - Dos palabras difíciles de olvidar: hay cupo.El letrero de neón parpadea para que todos --tanto adentro como afuera de la prisión-- puedan leerlo claramente de día y de noche, a través y por encima de las rejas, el alambre de púas, las cercas electrificadas, el foso de concreto y los muros custodiados por guardias armados con rifles, bastones antimotines, gas pimienta y lentes de sol Ray-Ban polarizados.

 

“Hay cupo”, dice mecánicamente en letras color rosa a cinco metros sobre el suelo. “Hay cupo”,  repite eléctricamente en verano, cuando el termómetro marca 50 grados centígrados y hay insectos que se arrastran y muerden y mosquitos que vuelan y pican y los presos dicen que esto se parece a Guantánamo, pero con la Biblia en vez del Corán y sin musulmanes y uniformes de rayas en vez de monos naranjas.

“Hay cupo”, refrenda el letrero de neón en invierno, cuando la temperatura puede bajar a menos cinco y los perros guardianes ladran y a veces hay escarcha en la grava y aguanieve en las camas y supuestamente ni 10 cobijas bastan para quitar el frío y la gente solo puede cubrir sus pies con sandalias de baño y esto se asemeja mas que a una cárcel a un gulag siberiano.

Pero aquí se habla español.Se le podría definir, en realidad, como un siniestro letrero de bienvenida a lo más cercano que hay en el mundo a un campo de concentración para mexicanos, una prisión desértica ubicada en la frontera en donde terminan los derechos humanos y comienza el abuso y cuya dureza ya prendió focos preventivos en Washington y la comunidad internacional de derechos humanos.

Le conocen como “Ciudad Lona”, un campamento de tiendas de campaña en las afueras de Phoenix visible nítidamente desde el espacio y en el que desde hace 10 meses casi 300 mexicanos indocumentados permanecen apresados bajo condiciones extremadamente estrictas y a veces extravagantes, a la espera de ser deportados de vuelta a México por haber violentado las leyes migratorias de Estados Unidos.

Es la visión de un hombre hecha realidad, la idea de un policía local sobre cómo –y que tan duramente-- debería Estados Unidos encarar el problema de la migración ilegal. Esta es la prisión modelo de Joe Arpaio, autodefinido como el “sheriff más duro de Estados Unidos” y “enemigo de los ilegales”, jefe del Departamento de Policía del Condado de Maricopa, en Arizona, a solo cuatro horas de México.

“El letrero dice que hay cupo porque el sheriff Arpaio piensa que todos los que quieran venir aquí por romper la ley serán más que bienvenidos y siempre habrá espacio para ellos”, dice H. Ortiz, uno de los policías correccionales encargados de vigilar el complejo penitenciario de “Ciudad Lona”, al que MILENIO tuvo acceso.

--¿No es demasiado duro para los prisioneros tener que estar en pleno desierto en tiendas de campaña?

Para ellos es un privilegio estar al aire libre. Al menos aquí no están entre cuatro paredes.

Privilegio o no, en pleno invierno se les han retirado los zapatos para evitar suicidios. Todos deben caminar con sandalias de baño y solo calcetines para cubrir sus pies.
Hoy, el pronóstico apunta a que la temperatura mínima llegará a dos grados centígrados.

***
 
Electo por vez primera en 1992, Arpaio ha hecho del combate a la migración ilegal su principal bandera política. Para ello, ha transformado al departamento de Policía de Maricopa –el cuarto más grande de todo Estados Unidos—en una maquinaria de precisión que ha colaborado de la mano con el Buró de Inmigración (ICE) en la deportación de miles de mexicanos.

Según cálculos del gobierno mexicano, desde el 2000 Arpaio ha sido responsable directo de la deportación de más de 30 mil mexicanos que, tras ser detenidos por sus alguaciles por distintos delitos, fueron fichados en sus cárceles, cuyas bases de datos están interconectadas a las de ICE en Washington.

“Ciudad Lona” es solo una de esas cárceles del condado, pero indudablemente es la más pintoresca. El verde olivo de sus tiendas de campaña, donadas por el Ejército estadounidense, es lo último que miles de mexicano ven de Estados Unidos antes de ser enviados al sur, a la frontera, generalmente a Sonora.

La rutina es dura. Más dura aún por las órdenes del sheriff, quien ha decidido hacer la estancia de los presos en su cárcel una experiencia ácidamente inolvidable. En el día, se les inunda con música patriótica desde altoparlantes. Los cigarrillos, la masturbación y la pornografía están prohibidos. Por las noches guardias con linternas rondan las tiendas, para evitar violaciones.

--¿Han violado a algún prisionero?, pregunto a Ortíz, cuyo rostro está marcado por una cicatriz en el ojo derecho.

Aquí no es muy común porque vigilamos toda la noche. Generalmente las violaciones ocurren en la cárcel cerrada y quien viola es el compañero de celda.

Más extravagante aún, los presos tienen que usar calzoncillos rosas. “Mira mis calzones, man”, dice Martín, un sinaloense que lleva seis meses en la cárcel de Arpaio por haber falsificado un número de seguridad social y que también será deportado al cumplir su sentencia. Muestra sus boxers.

Son color rosa mexicano. Hasta las esposas y cadenas con las que se transporta a los prisioneros están teñidas de ese color.

La cromática decisión, según el Departamento de Policía de Maricopa, obedece a que el color rosa es más fácil de rastrear que el blanco. Además, se ha convertido en un negocio: Arpaio comercializa mediante un sitio de Internet la ropa interior de su prisión, con todo y firma de autógrafo.
Pero la extravagancia del sheriff de Maricopa no se detiene en los calzoncillos. Hace unos meses, por espacio de varias semanas, a los mexicanos solo se les dio dos comidas al día y se les ordenó pagarlas de su propio bolsillo a 90 centavos de dólar cada una. El platillo era hígado encebollado.

Aunque oficialmente la “Ciudad Lona” está definida como una cárcel de mínima seguridad, hay quienes no soportan condiciones como éstas, se rompen después de algunas semanas en el clima desértico y prefieren arriesgarlo todo para irse.

“Hay escapes de vez en cuando. Un mexicano huyó hace poco. Solo le faltaban dos días para ser deportado y prefirió escapar. Lo capturamos en cinco horas y ahora está preso por un delito grave, se fue, creo, cinco años a una prisión estatal”, dice Ortíz.

Precisamente, el consulado de México en Phoenix ha recibido quejas por parte de mexicanos que no soportan las condiciones climáticas.

“Hay personas que nos manifiestan inconformidad por las condiciones particulares de reclusión, como problemas de salud asociados a las condiciones climáticas severas que se viven en el verano”, admitió Alfonso Navarro Bernachi, cónsul de México en Phoenix.

Como para corroborarlo, el alguacil Ortiz acepta que el verano pasado, un grupo de hooligans británicos llegó a la cárcel y simplemente reventó. “No aguantaron ni un día el calor y pidieron irse. Fueron deportados de inmediato”, recuerda.

La temperatura se ha llegado a medir en 55 grados al interior de las tiendas.

A los guardias se pide vigilar que los prisioneros “se hidraten” lo suficiente, para evitar problemas de salud derivados del calor del desierto de Sonora, uno de los puntos más calientes de todo el continente y en donde la lona de las tiendas de campaña sirve de invernadero.
Una frase, recogida por un reportero local, es ya famosa y sintetiza parte de la personalidad de Arpaio, su orgullo en torno a la “Ciudad Lona” y su convicción de que ciertas incomodidades vienen con el paquete. Confrontado por un mexicano que se quejó de las elevadas temperaturas en las tiendas, el sheriff gritó: “¡cállate! ¡Nuestros soldados en Irak duermen en peores condiciones!”.

***

El 9 de febrero de 2009, Phoenix vio un desfile como nunca en su historia. Fue ese día cuando Arpaio ordenó que 200 mexicanos, esposados de las manos y encadenados de los pies, marcharan por las calles de la ciudad para dirigirse al que desde entonces es su hogar.

Iban vestidos con uniformes de rayas negras y blancas, como en una película de los treinta. En automático, el consulado mexicano en Phoenix protestó por lo que consideró fue un tratamiento indigno y violatorio de los derechos humanos.

Pero como muchas otras autoridades locales de Estados Unidos que suelen ignorar las convenciones internacionales, Arpaio dijo estar en su derecho de hacer “lo que me plazca”.

Y la marcha se llevó a cabo. Y el traslado de los mexicanos a su campo de concentración también. Inaugurada ese día, el área para migrantes de “Ciudad Lona” fue definida por el sheriff como una “solución” a los problemas de sobrepoblación de su cárcel.

“La mudanza es una alternativa responsable a nuestros contribuyentes que ya tienen de por sí que pagar por el peso económico de los ilegales en nuestros servicios sociales, como educación y salud”, informó el Departamento de Policía en las horas previas a la inauguración del campamento.

Se estima que hay cupo para hasta 2 mil 500 migrantes y Arpaio dice querer llenarlo de mexicanos. Una cerca eléctrica rodea todo el complejo para evitar fugas. “Estos criminales, estos ilegales, son más hábiles para escapar. Pero esta es una reja que no querrán escalar. Les daría una descarga”, ironizó el sheriff ese día.

En el campamento es perceptible el zumbido de los generadores eléctricos que rodean a los mexicanos, un recordatorio de la futilidad y peligros de cualquier intento de huída.

***
Originarios de estados como Sinaloa, Sonora, Oaxaca, Guerrero y Michoacán entre otros, los mexicanos que aquí permanecen presos matan el tiempo en la sala comunal jugando a las cartas, el dominó o en grupos de oración cristiana.

Han caído por distintas razones. Muchos, por delitos menores, como infracciones de tránsito que dieron la excusa a los alguaciles de Arpaio para verificar su estatus migratorio como parte de un programa de colaboración con el gobierno federal de Estados Unidos, conocido como 287 (g) y el cual permitía a la policía de tránsito de Maricopa involucrarse en labores de inmigración.(El programa, en su modalidad de tránsito, fue suspendido hace un mes por el Departamento de Justicia de Estados Unidos debido a posibles violaciones por parte de la oficina del Sheriff de Maricopa a los derechos humanos de la población local; se presume que hubo tintes de racismo en su administración. Pero la modalidad del programa en las cárceles del condado sigue vigente)

Lo cierto es que en Maricopa, para la población de indocumentados, algo mínimo, nimio, puede significar la deportación. Por algo tan ordinario como manejar a exceso de velocidad, Orlando Pérez López, originario de Azcapotzalco y con 13 años de vida indocumentada en Estados Unidos, lleva ya seis meses como prisionero de la “Ciudad Lona”.
Será deportado a México esta semana.Sentado sobre un camastro que hace las veces de closet, archivo y dispensario médico, Pérez López llora cuando admite que su vida al norte ha terminado, especialmente porque su familia, dos hijas y un nieto, deberán quedarse de este lado mientras el va al sur, imposibilitado de regresar legalmente a Estados Unidos por 10 años.

Cubre su rostro con una toalla rosa.“De alguna forma vamos a salir adelante. Estoy orgulloso. Sheriff: no vine a robar aunque quieran hacerme sentir eso. Vine a trabajar. A sacar mi familia adelante”, dice mientras muestra una fotografía de su nieto, un niño que por nacimiento ya es estadounidense.Nació, de todas las fechas posibles, el 4 de julio pasado.

Milenio (Mexico)

 


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