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26/07/2010 | Haití - El vudú renace

Víctor Hugo Michel

En la estela del trauma y la desesperanza haitianas luego del sismo del pasado 12 de enero, la crisis de fe lleva a la gente al vudú para preguntar por los espíritus de los fallecidos “alojados en los miles de canarios” típicos de la isla.

 

PUERTO PRÍNCIPE, Haití.- Estos días Anyce St. Fleur no se da abasto para trabajar en su taller, un sótano oculto en uno de los barrios más pobres de Puerto Príncipe. Como nunca, la gente le busca para pedir asistencia, solaz y dirección espiritual. No importa el precio. Quieren contratar sus servicios.

Decenas de personas —asegura— St. Fleur se le acercan semanalmente para solicitar un ritual muy particular, uno que después del terremoto del 12 de enero se ha puesto en boga entre las clases medias y bajas del Haití postsismo: hablar con los muertos. “Lo que la gente más quiere es comunicarse con los espíritus de sus familiares, saber dónde están enterrados y cómo murieron durante el temblor para poder encontrarlos. Para eso estoy aquí, para ayudarlos a entrar en contacto con los loas (espíritus)”, afirma St. Fleur, cuyo giro como sacerdote vudú le ha permitido encontrar un nicho perfecto en una ciudad que, con incontables fosas comunes y miles de personas desaparecidas, está urgida de certezas en tiempos de desesperanza.

Cada semana, al poniente de Puerto Príncipe, St. Fleur reúne a los solicitantes para entregarles una vela “trabajada” en su estudio privado, no más que habitación de ladrillo en la que descansan decenas de frascos, cráneos y fémures humanos, además de muñecos de plástico y barro desfigurados, instrumentos de distintos “encargos” realizados. Las velas, que desde su perspectiva podrían asemejarse a una especie de teléfono con el más allá, son las más solicitadas. Y es que éstas, sostiene, son el conducto a la comunicación con los loas y el otro mundo, previo el pago de una módica cantidad, generalmente en dólares, aunque también se aceptan gourdes haitianos. Por supuesto, no se especifican cuántos.

“Cuando hablamos con los muertos sabemos de sus circunstancias trágicas. Entendemos qué les pasó, dejamos a la gente correr su duelo”, asegura el hungán, parte de un segundo aire que ha tomado el vudú —y la religión en general— después del sismo que devastó Puerto Príncipe. Aun establecida como la principal religión en la isla pese a varios años de erosión ante el asalto del secularismo, las iglesias protestantes y el catolicismo, el vudú ha dado su propio giro a la crisis de fe haitiana desatada por la destrucción de su capital. “Por supuesto que esto es un desastre natural”, explica St. Fleur. “Pero para nosotros, cuando alguien muere, es posible entrar en contacto con su espíritu. Miles murieron en el sismo y es necesario saber su tragedia. Así es como esto funciona”.

Una teoría adicional se ha extendido entre los hunganes haitianos: las almas de los muertos en el sismo se han alojado en miles de canarios, una de las aves más comunes en Puerto Príncipe. “Ahí están, listas para que platiquemos con ellas”, subraya St. Fleur. “Claro que hay canarios que no tienen almas en ellos, pero podemos encontrar algunos que ya estén alojando loas”.

En la estela del trauma nacional que se ha enraizado en Haití, ante las preguntas de la población y con autoridades que se han quedado cortas para responder las dudas de no pocos haitianos, ¿quién puede apaciguar al que permaneció en este mundo si no es un sacerdote vudú que asegura poder comunicarse con los muertos para responder cualquier duda, aun si las respuestas que da carecen de cualquier veracidad científica?

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“Este es un país destruido en el que todo mundo trata de sobrevivir al día”, dice Michel Soukar, politólogo haitiano. “Antes del temblor ya había muchos problemas sociales y económicos en Haití, con un gobierno débil, con instituciones nulas, pobreza lacerante. ¿Qué hizo el temblor? Mató todas nuestras esperanzas. Orilló a la gente a buscar otras respuestas, a veces en lo ultraterreno”.

En una nación en donde la reconstrucción avanza a paso de caracol y con 1.5 millones de personas viviendo aún precariamente en campamentos de plástico —y en donde prácticamente todos perdieron a alguien—, lo que sólo puede definirse como una especie de angst colectivo ha sido canalizado a las señales de los huesos, misas incendiarias, bailes rituales y confesiones en masa; ceremonias que atraen como nunca a miles de personas.

El catolicismo, golpeado por el derrumbe de su catedral y la muerte del arzobispo Serge Joseph el 12 de enero, sostiene que no hay que caer en “desviaciones”. “Le digo a mis feligreses que tenemos que cuidar nuestra fe, seguir creyendo en Dios y no descarriarnos con promesas superficiales”, sostiene el padre Beillére Aupont, uno de los primeros sacerdotes católicos en retomar las misas en la derruida catedral de Puerto Príncipe.

—¿Cómo evitar que la gente asocie al desastre con Dios y con la Iglesia Católica?

Desde enero temo que así sea. Les insisto en que no deben verlo como un asunto religioso. Esto es natural. Lo que ha pasado no es un acto de Dios o del diablo, es un acto terrestre. Como católicos tenemos que entender que estamos sujetos a las leyes de la naturaleza.

Aun así, Aupont admite que una verdadera crisis teológica se ha abierto en Haití, un país intensamente religioso —motivos cristianos y animistas salpican prácticamente todos los aspectos de su vida cotidiana—, en el cual la catástrofe de enero ha detonado los cimientos de las creencias más firmes. Y hay acusaciones. La crisis ha desatado tensiones religiosas, señalamientos entre unos y otros en torno a quién tiene la “responsabilidad” de haber “traído el sismo” al Caribe. “Sé que hay una profunda reflexión en Haití en este momento sobre la religión. Todos tienen preguntas qué hacerse y está bien. Pero los protestantes acusan a los practicantes del vudú de haber provocado el temblor con su adoración al diablo. También dicen que los católicos tenemos la culpa por idolatrar imágenes. Obviamente no podemos seguir esa ruta”, dice.

En tanto, los sacerdotes vudú han jugado su propio papel. Desde enero pasado, la máxima figura de esa religión, Max Beauvoir, instó al gobierno haitiano a rescatar a los miles de cadáveres enterrados en fosas comunes por toda la ciudad, decisión tomada en su momento por la Organización de Naciones Unidas y las comunidades locales ante el temor de posibles epidemias.

“No es nuestra tradición enterrar a la gente así, con esta falta de respeto”, dijo Beauvoir tras reunirse con el presidente haitiano René Preval, según los despachos internacionales. “No se respeta la dignidad de estas personas”.

Se estima que al menos 50 mil personas fueron enviadas a las fosas comunes, huecos apresurados que en muchos casos quedaron sin marca alguna. Un programa de rescate de cuerpos, para procesarles y depositarlos en los cementerios de la ciudad, todavía sigue en sus fases iniciales. Queda la posibilidad de que jamás sean exhumados.

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Sus feligreses le conocen solamente como el pastor “Como Sea” (N’importe ce que), líder de una congregación evangélica ubicada en las cercanías del Aeropuerto Internacional de Puerto Príncipe, en una casa bautizada como “La Sangre de Jesucristo”.

Sus misas suelen ser emotivas, escenario de gritos y aleluyas audibles a la distancia. A primera vista, el horario de las ceremonias resulta extraño: 10, 11 y una de la tarde entre semana, horas normalmente laborables pero que, con buena parte de la población de la capital haitiana hundida en el paro y sin mucho qué hacer, resultan atractivos.

Las liturgias se encuentran repletas de promesas: no sólo los sacerdotes vudú se han dado a la tarea de ofrecer productos “quirúrgicos” diseñados a la medida de sus clientes tras el terremoto. A cambio de dinero, el pastor “Como Sea” promete interceder con Dios para gestionar viajes al extranjero.

“Como Sea pide dinero a sus feligreses para cumplirles milagros”, indica Petterson Cessaire, traductor haitiano familiarizado con el culto. “Si uno quiere obtener una visa, pide venir con el pasaporte. Rezará sobre él y te conseguirá el permiso”.

Las tarifas varían. Van de dos mil hasta cinco mil dólares haitianos, alrededor de 25 mil gourdes o 621 dólares estadounidenses. “¡La sangre de Jesús!”, clama una de sus seguidoras. “¡Cantemos al poder de Dios! ¡Está en nuestros ojos! Gracias por su poder, por su gracia, por todo. ¡Gran Dios trae algo de regocijo a nuestras vidas!”.

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La ceremonia se desarrolla de noche, en el centro de culto de St. Fleur. Una veintena de personas bailan rítmicamente en busca de, precisamente, una conexión espiritual. El canto, en la voz del hungán: “Después de Dios, yo soy el comandante/ Si me voy, todos quemarán. Cuando me vean, tendrán un ataque cardiaco/ No tengo miedo a nadie más que a Dios/ Papá, dame muchos loas para que protejan a mis hijos”. “Naturalmente todos los que murieron en el sismo no son practicantes del vudú”, señala St. Fleur. “Pero eso no importa. A todos podemos asistir a que platiquen con sus familias”.

Milenio (Mexico)

 


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