MÉRIDA, Yuc.- Con su playera amarilla empapada de sudor, Edwin se enfila lentamente hacia el manchón del tiro penal. Desde el palco, el narrador describe lo que está por pasar. Es el clímax del partido.

“Señores y señores, ya se termina el juego. La selección nacional de Brasil podría ser la primera clasificada a las finales…”, dice Armand Chin Chin, encargado de la transmisión del día. Su voz se escucha en todo el estadio, en el que tras 120 minutos de disputa se ha hecho un profundo silencio.

Edwin, delantero estrella del Scratch du oro, clava la mirada en el balón y hace el mejor esfuerzo por ignorar la rechifla que brota de una parte de la grada. También desdeña al portero de la selección de China, inmerso en una serie de movimientos con las manos y los pies para distraerle.

El resto de los brasileños espera en el centro del campo, abrazados, tratando de ahogar el nerviosismo del momento. Es el disparo que define la serie y si su equipo pasa a semifinales de las Olimpiadas, a la disputa por las medallas de bronce, plata y quizá hasta oro.

Al pitazo del árbitro, Edwin tira. No es un cobro particularmente colocado y sólo va a unos centímetros de distancia de la cabeza del portero, pero lleva la fuerza suficiente como para cerrar el día. Cuando queda claro que el balón se ha anidado en la red, parte del campo estalla. Desde las gradas lo mismo hay gritos de apoyo de los simpatizantes, que tibias mentadas de madre por parte de la porra contraria.

Arrastrados por la emoción de haber ganado 7 a 6 —el partido estuvo muy cerrado—, algunos de los compañeros de Edwin se arrancan las playeras y saltan de alegría. Y es en ese momento cuando se asoma la realidad de que éstos no son unos Juegos Olímpicos comunes y corrientes: sus torsos están repletos de cicatrices producidas por puñaladas, quemaduras y disparos de arma de fuego. Tienen las espaldas y los brazos tatuados con cristos, calaveras, mujeres desnudas y cruces en llamas.

En la torre de vigilancia sur, algunos de los celadores que custodian el muro se toman una pausa y aplauden al que ha sido el mejor juego del día. El bando victorioso explota en vivas y la porra les corea: “¡Brasil, Brasil, Brasil!”. Entrevisto a Edwin unos minutos después, cuando ha logrado separarse de la turba del festejo.

—¿Cuántos años le quedan a su sentencia?

—Otros cinco. Ya llevo la mitad.

—¿Cuál fue su delito?

—Homicidio.

Si bien técnicamente es un atleta, Edwin González no es brasileño y mucho menos jugador de futbol. Es originario de Yucatán, y su playera es amarilla porque es un jersey del América. Obviamente, aunque lleva ese nombre, su equipo tampoco es la selección de Brasil. Está integrado por 14 criminales convictos, todos participantes en un radical experimento en materia de rehabilitación social que no tiene paralelo en México y, probablemente, tampoco en el mundo.

Esta cárcel, que sólo puede ser definida como un laboratorio penal, es el Centro de Reinserción Social de Mérida (Cereso), sede de los Juegos Olímpicos Penitenciarios. Es una extraña excepción en la extensa lista de relatos de masacres, fugas y extorsiones que han plagado al sistema carcelario mexicano en los últimos años.

“Aquí el único deporte que tienen prohibido los muchachos es el salto de altura y el salto de garrocha. No vaya ser que se salten la barda”, bromea Francisco Brito, director del penal desde hace 17 años, desde los tiempos de Víctor Cervera Pacheco como gobernador del estado. Gracias al control que tiene del penal —que se asemeja a una especie de paternalismo de mano fuerte—, ha sido uno de los pocos funcionarios públicos heredado de gobierno en gobierno en el estado durante casi dos décadas. Primero le ratificó Cervera Pacheco; luego Patricio Patrón Laviada y más tarde Ivonne Ortega.

“Ningún alcaide de prisión en el país tiene tanto tiempo en el cargo”, como asegura uno de sus cercanos colaboradores .

Los Juegos Olímpicos del penal forman parte de un proyecto impulsado por Brito. La idea, explica, es permitir a los reos mantenerse insertados en la sociedad, aun al interior del penal, mediante actividades deportivas. Hasta se les permite invitar a sus familiares para que presencien las competencias.

Es un eco olímpico en versión presidiaria. Unos mil internos, integrados en delegaciones con nombres de países como Francia, Cuba, Japón, Alemania, Etiopía, Estados Unidos, Nueva Zelanda y México, entre otros, competirán en una veintena de disciplinas por espacio de dos semanas.

Y no es la única actividad. En dos años, y siempre y cuando los internos mantengan la disciplina, vendrá el mundialito de futbol, para que coincida con la justa en Brasil.

“Esto es algo que venimos haciendo desde hace ocho años. Comenzamos primero con un mundialito de futbol (que coincidió con el de Alemania 2006) y luego con unas Olimpiadas en 2008. En 2010 tuvimos el segundo mundialito y estas son las segundas olimpiadas”, dijo el alcaide de la prisión.

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Encuentro a Brito en el centro del patio del Cereso. No lleva escoltas armados y se entremezcla con los internos sin temor a ser agredido. Muchos le saludan de mano y con afecto le llaman Profe. “Ya mero está el voleibol de playa, señor”, anuncia uno de los reos. A la distancia, una cancha de arena blanca está siendo preparada para el encuentro del día.

Éstos, los segundos Juegos Olímpicos que se organizan en el Centro de Readaptación Social —y que han sido denominados “Olimpiadas de la Nueva Era Maya”—, fueron inaugurados el 27 de julio pasado, justo para que coincidieran con la ceremonia que, al otro lado del mar, daba inicio a los juegos en Londres.

La ceremonia de inauguración no fue un asunto menor. Los reos trabajaron durante un mes en sus ensayos. Videos del día los muestran realizando tablas de gimnasia, con un desfile de disfraces y una exhibición de juego de pelota maya —Pok ta Pok. La gobernadora Ortega fue invitada de honor. Presenció el encendido del pebetero.

“Creemos que el trato, el deporte y el trabajo son fundamentos esenciales en la rehabilitación del interno”, asegura Brito. “Se trata de estar innovando en la rehabilitación. En estas Olimpiadas estamos promoviendo 209 valores, como el respeto a la disciplina, la lealtad, la justicia y la paz”. Esos valores, se cree, serán absorbidos por los reos, quienes después podrán aplicarlos a su vida cotidiana.

Aunque no queda claro si harán caso o no a los valores que se les pide asumir; lo cierto es que el ánimo en la cárcel es muy diferente al de otras instituciones carcelarias del país, en donde los motines se han convertido en la norma. El más reciente, el de Apodaca, terminó con 44 reos muertos.

Sin embargo, la realidad es que esto sigue siendo una cárcel. Ver a los reos realizando deportes puede orillar a pensar que es un lugar normal. Pero en el penal de Mérida siguen sucediendo cosas propias de una penitenciaría. Hay tráfico de drogas, suicidios y riñas. Los atletas que ahora compiten por medallas no dejan de ser delincuentes condenados por homicidio, violación, fraude o secuestro.

Por ejemplo, en 2008 se reportó el suicidio de un reo de alto perfil, conocido como El Matachavitas, a quien se responsabiliza de haber asesinado y violado a varias menores de edad. En agosto de ese año, amaneció colgado en su celda.

Apenas en junio pasado, tres reos resultaron lesionados de gravedad durante una riña por el control de la venta de droga en el reclusorio. Extraoficialmente, se reportó que fue utilizada un hacha.

Según medios locales, 20 internos participaron en la gresca, que obligó a las autoridades del penal a pedir apoyo al Ejército y a la Secretaría de Seguridad Pública estatal. Pese a ejemplos como los anteriores, Brito insiste en que en comparación con centros de otros estados, “esto es el paraíso”.

—¿No es extraño que una cárcel tenga una Olimpiada?

—Mire, es lamentable ver lo que ocurre en otros penales del país. Por ejemplo, es triste lo que ha pasado en Nuevo León o en otros centros penitenciarios. Pero nosotros le hacemos hincapié a los muchachos en que no podemos dejar que eso suceda aquí. Es por el bien de ellos. Y de sus familias.

La extraña realidad del penal no escapa a otras personas. “La pregunta que yo me hago es si lo que determina que en la cárcel podamos tener estas competencias de forma pacífica es la cultura, la gente o el sistema penitenciario”, cuestiona Alberto López, psicólogo de profesión y columnista del Diario de Yucatán. “Mi experiencia es que, de alguna manera, se debe esta paz al sistema penitenciario. La gente, cuando ingresa al Cereso, lo único que pierde es su libertad. Pero se les trata como personas”.

López no es un psicólogo que trabaje en la prisión: es un interno. Actualmente purga una condena de 14 años.

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En las gradas, Chin Chin —encarcelado por fraude y a quien le faltan tres años de sentencia— anuncia la programación para el resto de la jornada olímpica. Lo hace en español y maya, mientras dos selecciones más ingresan al campo de juego. “¡Quédense con nosotros! El próximo juego de futbol está por arrancar: Nueva Zelanda contra Corea del Sur. En el auditorio habrá juego de pelota”.

Según Brito, los juegos penales de Mérida han estado bajo preparación por más de un año. Durante ese lapso se diseñó el lema, la mascota, un himno, un pebetero en forma de pirámide maya y las dos ceremonias, tanto la de apertura como la clausura. El cierre de los juegos será el 12 de agosto, el mismo día en que los juegos de Londres estarán llegando a su fin.

A este paisaje surrealista que hoy se desarrolla en el penal de Mérida se suman otros elementos, como una botarga que es una iguana verde llamada Tolok, a la que se ha encargado la tarea de animar los partidos de voleibol playero y en cuyo interior se encuentra un reo acusado de extorsión.

La arena, traída desde Puerto Progreso en nueve camiones de volteo, será utilizada la próxima semana para partidos de futbol de playa y salto de longitud. Por ahora, es la sede de las eliminatorias de voleibol. El juego del día toca a la dupla de Fabio Mena Ortegón y Alejandro González, de la selección de Alemania. Disputarán un partido eliminatorio contra la selección de Cuba.

—¿Cuál es el delito de Mena? —pregunto a Brito.

—Violación. Le quedan tres años.

Hasta el cierre de la edición, las únicas medallas que se habían otorgado eran por softball. El resto de las competencias, entre las que se encuentran voleibol de sala, bádminton, tenis de mesa, tenis y atletismo, irán cerrando la próxima semana.

Por ahora, la “delegación” de Estados Unidos encabeza con una presea de oro, seguida por México con una de plata, y Nueva Zelanda, con bronce.

“Ya irán cayendo más medallas”, adelanta orulloso Brito.