De hecho, la retórica de la unidad latinoamericana es común a todos los mandatarios de la región, pero se traba en las acciones, porque las diferencias de credo y banderas entre ellos son profundas.

El Presidente de México, a diferencia del de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, no lo cree así. Para Calderón no importa si los gobiernos de la zona son de derecha o izquierda, sino que hayan sido elegidos de manera democrática. Lula rechaza la pretendida muerte de las ideologías, pregonada por algunos politólogos; desde la ininterrumpida rivalidad de visiones de México y de Brasil, uno recuerda que los gobiernos del subcontinente tienen sello político y el otro sostiene que eso es irrelevante.

Dos visiones contrapunteadas durante sendas intervenciones en el Foro Económico Mundial de Davos. Calderón eludió las identificaciones por nombre de quienes, asegura, con sus políticas económicas vuelven a expropiaciones que en el pasado dañaron a sus pueblos. Eludió como Presidente identificar a "los sospechosos obvios", Hugo Chávez y Evo Morales.

Lula en cambio resaltó la legitimidad democrática de regímenes como el venezolano y el boliviano, que les otorga, dijo, suficiente autoridad para proceder con políticas económicas heterodoxas.

No hay discrepancia entre los rivales conocidos por los nombres de sus cancillerías, Itamarati y Tlatelolco, en cuanto a reconocer y celebrar el avance electoral en el hemisferio.

Los desencuentros se dan al pasar del abstracto llamado a la unidad latinoamericana al concreto análisis de quiénes y por qué se unirían.

En América Latina existen hoy gobiernos emanados de las diferentes izquierdas del continente: desde las más populistas y radicales hasta las más modernas y liberales. También los conservadores han recibido mandato popular en importantes países, como Colombia y México.

Lo que comparten, con independencia de su ubicación ideológica, aceptada o no, es la búsqueda de gobernar con un alto contenido social, definido de manera distinta por cada uno.

El continente se encuentra, así, dividido, entre izquierdas y derechas, entre radicales y conservadores que ofrecen como punto de unión salvador de la región lo que ellos abrazan como respuestas a problemas comunes. Esto no es sino una lucha embozada por la hegemonía continental: Hugo Chávez en la pretensión de relevar como caudillo a Fidel Castro, y México y Brasil disputando la cabeza de un movimiento que desde su respectivo poderío económico se proyectó como el líder regional.

En suma, el sueño bolivariano de la integración latinoamericana sigue siendo eso: un sueño. Lo cierto es que los diferentes proyectos políticos, sociales y económicos rivalizan.

Hay que voltear al sur, sí, pero ¿a cuál? preguntaríamos. Para eso, el Presidente de México primero debe tener claro lo que nos une y lo que nos divide. Ignorarlo sólo provoca que el discurso de mirar al sur carezca de viabilidad.