Ya comienzan a manifestarse las señales de fracaso: declaraciones estridentes entre los actores políticos involucrados, negativas anticipadas y rotundas hacia propuestas que aún no han sido ampliamente discutidas, entre otras muestras de unilateralismo.

Conoceremos con más claridad la naturaleza de nuestros tomadores de decisiones en los periodos de sesiones que se avecinan, los cuales aguardan por la discusión de cuando menos tres reformas de fondo: fiscal, laboral y política. Los especialistas entrevistados por este diario ya anticipan nulos resultados o la dilución de las iniciativas presentadas en sus versiones más inocuas, tristes expectativas coincidentes con la percepción del grueso de los ciudadanos.

Lo lamentable es que habría bastado con la unión de dos de las tres fuerzas políticas más grandes del país para sacar años antes esas reformas, pero no sucedió debido a que la coalición conservadora entre ellos es mayoría. ¿Por qué? Porque ganaron las elecciones. El problema es la dificultad de aceptarlo dado que todos tienen un discurso de cambio. Sólo están dispuestos a ceder cuando esa alianza conservadora gana. El statu quo actual les favorece. Debemos asumir por lo tanto que son minoría quienes realmente desean transformar al país o están dispersos.

Hasta que una élite distinta no acceda a esos espacios ocupados hoy por la corriente inmovilista no habrá cambios posibles. Y digámoslo de una vez: llegaron a donde están gracias al voto popular, cabe preguntarse si no es posible a través de la misma vía impulsar verdaderos agentes del cambio.

Si deseamos transformar al país empecemos por identificar al político que siendo conservador se dice progresista, así como a quienes en vez de proponer y actuar, culpan a los contrarios de los fracasos propios.