Es sabido que Néstor Kirchner se maneja con datos de la realidad aún cuando éstos puedan medir voluntades compradas. Tras los sucesos vividos en la provincia de Misiones y el estrepitoso “fracaso” de los sondeos y estudios de opinión realizados, es poco lo que se publica en estos días respecto a la imagen del Primer Mandatario. Sin embargo, no hace falta que los datos aparezcan en los medios para advertir que algo no funciona demasiado bien para un Gobierno que ha dado la espalda al pueblo. De allí algunas muestras de “cambio” con más tinte gatopardista que con ánimo de modificar una administración caracterizada por una lamentable distribución del ingreso pese a la auto-denominación de populismo.

Lo cierto es que el año 2006 llega a su fin y los sectores que dividiera el Gobierno con la intención de acercar a sus huestes a algunos de ellos no miran con benevolencia hacia Balcarce 50. Ni la izquierda está satisfecha con la gestión del Presidente. Mucho menos lo está ese amplio espectro que no sabe dónde mirar y que se denomina comúnmente “de centro”. La derecha quedó perdida entre unos cuántos correos electrónicos donde intentan explicar qué es esto que sucede en la Argentina. Definitivamente, ese sector de la sociedad que hasta hace tres años quizás ni se sentía identificada con la calificación oficial, no comprará una supuesta nueva imagen presidencial por más discurso “reconciliador” que se dé a los militares robando letra de discursos ya pronunciados antes aún de que el jefe de Estado llegara a ese cargo. No se ha descubierto nada nuevo. Las FFAA que el país tenía en el 2003 sólo cargaban con las “mochilas ensangrentadas” que el kirchnerismo les puso, sin razón, en sus espaldas.

En tres años de gestión, el Gobierno perdió el apoyo de los sectores que, paradójicamente o no, lo llevaran a instalarse en Balcarce 50. En primer lugar, el duhaldismo está en las antípodas del kirchnerismo aún cuando el oportunismo en la política lleva a que muchos que ayer se fotografiaban con Eduardo Duhalde hoy sean los conejitos de indias del matrimonio presidencial. Incluso los hay lanzados a buscar cargos que antes de la elección en Misiones les hubiesen estado vedados, pero la base de aquel engendro justicialista hoy se debate en otra parte, lejos de los despachos oficiales.
Radicales y demás peronistas parecen emanar del tango y girar entre la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser… O viceversa. Quién es quién y cuál es cuál un misterio difícil de descifrar.

Asimismo, la izquierda que en su momento compró una política de “derechos humanos” miopes fue advirtiendo en los últimos años el maniqueísmo que implica manipular la Justicia en pro de abrir causas que sólo llevaron a un retroceso institucional a la Argentina. Más aún, la desaparición de Jorge Julio López y la falta de respuestas del Estado Nacional cooperan a que la izquierda sienta que se utilizó su discurso únicamente con el fin de manipular y llevar aguas al molino presidencial. Forma y no fondo. Maquillaje que se descascara. La izquierda sigue huérfana quizás tanto como la derecha. Una derecha extraña creada por el mismísimo Gobierno para tener a quién enfrentar en esa política de confrontación que se instauró desde la llegada a la Casa Rosada del caudillo sureño.

Así es como la división que el Gobierno fue generando desde su asunción removiendo cúpulas castrenses, presionando a empresarios, denostando periodistas y abriendo grietas en la estructura social termina no siendo funcional al Presidente.

Quizás ante esta realidad más que ante los resultados de la elección misionera es que Kirchner busca acomodarse nuevamente en escena. Podría dársele un crédito al Presidente pensando que entendió y supo descifrar el mensaje pero la credibilidad está afectada como en la fábula del lobo y el pastor. No estuvo junto a la ciudadanía en ninguno de los reclamos que se le hicieron, se alejó el pueblo cuando los problemas eran inminentes y se llamó a silencios que lo único que lograron fueron sacar a la luz la brecha existente entre la dirigencia y la gente. A Cromagnon, el jefe de Estado lo vivió desde El Calafate y posteriormente, incluso, apoyó al entonces jefe de la ciudad Aníbal Ibarra hasta último momento. Dejó de asistir a los actos en conmemoración del atentado a la AMIA y de la Embajada de Israel, enfrentó a la Iglesia justo cuando ésta mostraba claras señales de estar del lado de los que menos tienen. Ante las marchas multitudinarias en pro de la seguridad, en Casa Rosada no había siquiera quien reciba un reclamo ciudadano. Cuando la sociedad pidió alguna “lectura” de lo ocurrido con el clientelismo grotesco en Misiones, el Presidente permaneció en el sur donde pasa los fines de semana: estadías que, por otra parte, paga el pueblo y muy caras. Hoy por hoy, ante los reclamos de los asambleístas (a quienes el Gobierno también fomentó) no hay voz oficial que le dé respuestas razonables…

La cercanía del Gobierno con la gente es inexistente. ¿Podrá subsanarse con un discurso menos confrontativo en un acto que tampoco era demasiado decisivo? Pretender que hay una nueva relación entre el jefe de Estado y sus voceros con los medios masivos tan sólo por que la Primera Dama se reunió a tomar el té con un par de editorialistas no parece muy serio. Las muestras de acercamiento dejan bastante que desear y habrá que ver, en lo sucesivo, si ante algún acontecimiento de trascendencia para la gente el Presidente decide estar. Más allá de mandar discutir sobre el modus operandi de los medios en el actual secuestro del hijo del empresario maderero, habría que analizar qué rol está jugando el Estado Nacional y si acaso no debía haber actuado antes que volvamos a esta atrocidad.

La dirigencia, las Instituciones no se acercan a la gente por legislar prohibiendo fumar o fomentando la comida “Light”, tampoco promoviendo la colaboración de los maridos en las tareas domésticas… El acercamiento tiene que ser de fondo y no simplemente de forma… La política en el seno de los hogares tiene poco que hacer, y en la vida privada de los ciudadanos la intromisión es un mal.

Las soluciones siguen sin llegar. Los problemas a los que nos enfrentamos los argentinos siguen siendo los mismos: inseguridad, impunidad, extorsiones sindicales, patotas que entran por una puerta y salen por otra a los tribunales, violencia universitaria, la universidad sin autoridad… Los precios atados a un control que lejos está de ser el juego de la libre oferta del mercado. El Estado sigue sin cumplir sus obligaciones básicas y eso no lo cambia un discurso presidencial. El Estado se hace fuerte en lo que no debe actuar y se ausenta en las funciones que le son indelegables. Lo acontecido con los petroleros la última semana da muestra clara de la ineficacia oficial y de la falta de previsión política. El país estuvo a unas pocas horas de quedarse sin gas (¿aún lo está?)y quedara afectado Chile por una cuestión sindical argentina, con Uruguay una seguidilla de fracasos que esta semana seguirán en el Banco Mundial, la AMIA que queda abierta como una caja de Pandora sin que nadie sepa con certeza qué saldrá. El apriete que instrumentó el Gobierno con las empresas hizo mella y ahora hay que lidiar con el apriete gremial. ¿Hasta dónde se llegará? Amén de prever un país subsidiado a corto, mediano plazo habrá que ver hasta qué punto el Gobierno puede estirar las negociaciones que seguirán por incrementos salariales.

Y, el pueblo tendrá que observar cuáles son los hechos concretos que puedan sostener que Néstor Kirchner se está acercando a la sociedad. Haberse desligado de Luis D’Elía no es una noticia tan auspiciosa como algunos suponían. Hoy el ex piquetero recibe fondos venezolanos para hacer lo mismo que antes pero sin costo para el Gobierno… y ¿con aval encubierto? Otra afrenta más a la sociedad que no puede a esta altura creer en los cambios por un discurso sin alaridos que además no es original.

GABRIELA POUSA

(*) Analista Política. Lic. en Comunicación Social (Universidad del Salvador) Master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE)