Aunque todos los gobiernos atribuyen el crecimiento vigoroso a los méritos de su propia gestión, lo que en algunos casos puede justificarse, tienden a subestimar el aporte no sólo de la transformación de China en una gran importadora de materias primas y productos agrícolas sino también de la crisis financiera del mundo rico que, al forzar a los bancos centrales a mantener sumamente bajas las tasas de interés, estimuló a los inversores más ambiciosos a buscar oportunidades en los países calificados de emergentes, de ahí la cantidad fenomenal de capital barato que se hizo disponible. Por fortuna, parecería que la expansión de la economía china seguirá por cierto tiempo más, de suerte que es poco probable que caiga mucho el precio de commodities como la soja, aunque sí podría hacerlo el del petróleo debido a la revolución del shale oil en América del Norte. Sin embargo, de recuperarse las economías de los países más ricos, como Estados Unidos, el Japón y los integrantes de la Unión Europea, el impacto en el resto del mundo podría ser contundente.

El aislamiento financiero nos ha privado de inversiones que, debidamente aprovechadas, hubieran ayudado a renovar la infraestructura y mejorar sustancialmente el desempeño de la economía nacional, pero por lo menos ha servido para protegernos contra los choques externos que con toda seguridad se producirán en los años próximos. En una entrevista con periodistas del matutino especializado porteño "El Cronista", el director de BCP Securities, Walter Molano, advirtió que "la recuperación de Estados Unidos es lo peor que le puede pasar a América Latina" porque, al subir las tasas de interés en la superpotencia, enseguida se haría notar el reflujo de los capitales baratos que se fueron a los países más prometedores de la región en búsqueda de ganancias. Puesto que, por razones comprensibles, tales inversores han boicoteado la Argentina, de por sí una eventual retirada nos ocasionaría menos perjuicios directos que a los brasileños, colombianos y chilenos pero, así y todo, las dificultades que enfrentaría Brasil tendrían repercusiones dolorosas aquí porque dependemos tanto de la evolución económica del socio mayor del Mercosur.

En opinión de Molano, Brasil será el país más golpeado si, como muchos prevén, Estados Unidos finalmente logra salir de la etapa de crecimiento letárgico en que entró en el 2008, porque, dice, demasiadas familias han aprovechado las tasas de interés muy bajas para endeudarse "hasta los ojos". Como suele suceder al propagarse la sensación de que se ha instalado un nuevo paradigma, una ilusión que los gobiernos siempre se encargan de difundir, tanto los brasileños como muchos otros latinoamericanos se convencieron de que en adelante todo sería distinto y que no tendrían que preocuparse por el futuro.

Dicha propensión es muy fuerte en casi todos los países de la región. Aunque sus habitantes se han acostumbrado a que los períodos de auge se vean seguidos inexorablemente por otros de austeridad, muchos atribuyen aquellos a sus propios méritos y éstos a la inoperancia ajena. Por desgracia, no hay motivos para creer que se haya modificado mucho la actitud así supuesta. Puede que los gobiernos de los presidentes izquierdistas Luiz Inácio "Lula" da Silva y Dilma Rousseff se hayan esforzado para preparar a Brasil para enfrentar los años flacos financieros que tarde o temprano vendrían, pero de acuerdo común no hicieron lo suficiente, demorando las reformas necesarias por motivos políticos e ideológicos, mientras que los proteccionistas del lobby paulista se las arreglaron, una vez más, para frustrar los intentos de abrir la economía para que se hiciera más competitiva. Asimismo, si bien parecería que los resultados brindados por el sistema educativo brasileño son menos malos que los registrados por el nuestro, sigue siendo notoriamente inferior a los de otros países emergentes, sobre todo los asiáticos, el estadounidense y los europeos. Se trata, pues, de deficiencias estructurales muy profundas.