También se han acostumbrado a la presencia menos visible, pero mucho más ominosa, de grupos de terroristas islamistas y "lobos solitarios" que, en cualquier momento, podrían cometer atentados sanguinarios, matando a hombres, mujeres y niños con el propósito de sembrar miedo. El 2016 comenzó con casi todos los centros urbanos de Europa en estado de alerta máxima. 

En Bruselas y Munich las autoridades policiales advirtieron que un ataque islamista era inminente. Por fortuna, en aquella oportunidad no se produjeron los episodios luctuosos que tantos habían previsto, pero la mayoría entiende muy bien que es más que probable que en los meses próximos haya más ataques yihadistas, tal vez en gran escala, y que por lo tanto es necesario prepararse para dicha eventualidad.

Hasta ahora, la reacción de los europeos frente al peligro planteado por el terrorismo de origen islámico ha sido llamativamente mesurada. No se han entregado al pánico. Tampoco han hostigado a las comunidades musulmanas a pesar de que en muchos lugares de Europa sus integrantes se hayan habituado a llamar la atención a su resistencia a respetar el estilo de vida de los que, en teoría por lo menos, son sus conciudadanos, de ahí la gran cantidad de mujeres veladas. Asimismo, conforme a las encuestas de opinión, incluso los musulmanes considerados poco piadosos por sus correligionarios dicen "comprender" los motivos de los terroristas de Estado Islámico y otras agrupaciones igualmente agresivas, dando a entender así que hasta cierto punto simpatizan con ellos. 

Los gobiernos de los países de la Unión Europea rezan para que la tregua precaria así supuesta se perpetúe y que, andando el tiempo, los musulmanes presuntamente moderados, conscientes del peligro planteado por los fanáticos, acepten colaborar activamente con las autoridades locales a fin de eliminarlo, pero puede que sus esperanzas en tal sentido se vean defraudadas. Puesto que para los formados en sociedades tradicionales las declaraciones formuladas por presidentes y primeros ministros que insisten en que el terrorismo no tiene nada que ver con el islam, "la religión de la paz", son síntomas de debilidad, los esfuerzos de los gobiernos europeos por congraciarse con las minorías musulmanas suelen ser contraproducentes, ya que de una manera u otra sirven para beneficiar a los extremistas.

No sólo la derecha nacionalista europea liderada por personas como la francesa Marine Le Pen sino también una proporción creciente de los comprometidos con variantes tradicionales del socialismo han llegado a la conclusión de que el islam es incompatible con la democracia pluralista. Así y todo, aunque con escasas excepciones, los europeos preferirían resignarse a la existencia de enclaves dominados por culturas que les son radicalmente ajenas, después de que cada ataque terrorista aumenta la influencia de quienes exigen medidas más firmes. 

A muchos no les gusta la idea de discriminar en contra de los fieles de cultos determinados, ya que luego de la Segunda Guerra Mundial se consolidó un consenso según el cual cada individuo es responsable de sus propias acciones y por lo tanto los castigos colectivos son injustos, pero fuera de las sociedades occidentales más avanzadas es normal subrayar la importancia de la condición étnica y las convicciones religiosas o políticas de los acusados de terrorismo. Así, pues, aunque la decisión de gobiernos de algunos países europeos excomunistas de negarse a acoger refugiados musulmanes motivó la indignación inmediata de los líderes formales de la Unión Europea y quienes comparten sus puntos de vista, parecería que para la mayoría abrumadora de los europeos se trata de una propuesta muy sensata. Últimamente, se ha ampliado mucho la brecha que separa a las elites supuestamente esclarecidas del resto de la población, obligando a políticos que dependen del voto popular a modificar su actitud frente al terrorismo yihadista, asumiendo posturas que, hasta hace muy poco, ellos mismos hubieran denunciado por "racistas".