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27/04/2016 | Acuerdo poco convincente

Río Negro Staff

De los dos centenares de gobiernos soberanos que hay en el mundo, muy pocos se destacan por su capacidad administrativa.

 

Por el contrario, en su mayoría son sumamente ineptos, además de corruptos, y muchos están más interesados en garantizar, por los medios que fueran, la hegemonía de su propio grupo familiar, étnico o secta religiosa que en el bienestar común. Así las cosas, es legítimo sentir cierto escepticismo acerca de la eficacia del acuerdo que acaban de firmar los representantes de más de 170 gobiernos en la sede neoyorquina de la ONU, según el cual colaborarán para frenar el calentamiento global. Aunque algunos no están en condiciones de garantizar un mínimo de seguridad o hacer funcionar la economía en la capital de su propio país, confían en que, si todos cierran filas, les será dado manipular el clima mundial. Como suele suceder toda vez que los líderes políticos de tantos países coinciden en algo que se supone importante, la firma del pacto, con la asistencia de 60 jefes de Estado o de gobierno, motivó muchas felicitaciones mutuas y artículos periodísticos laudatorios, pero el que uno de los oradores más aplaudidos fuera un actor hollywoodense, Leonardo DiCaprio, reflejó cierta falta de seriedad.

El aval dado por la mayoría abrumadora de los miembros de la ONU al acuerdo climático que se alcanzó el año pasado en París es la culminación de la campaña larga y vigorosa que fue emprendida hace algunos años por los convencidos de que "el capitalismo" –es decir la industria y agricultura– está provocando el calentamiento global y que por lo tanto es urgente hacer cuanto resulte necesario para reducir drásticamente la emisión de gases como dióxido de carbono. Aunque algunos climatólogos advierten que el asunto no es tan sencillo y nos recuerdan que, bien antes de la llegada del hombre, para no hablar de sus actividades económicas, alternaban etapas de calentamiento con edades de hielo, la idea de que la clase política mundial pudiera controlar la temperatura global es tan atractiva que para muchos es irresistible. Con todo, si bien a nadie le gusta la polución, a causa de la urbanización del grueso de la población mundial, ya que por primera vez en la historia más personas viven en ciudades que en el campo, no cabe duda de que prohibirla de golpe tendría consecuencias catastróficas para los habitantes de los países pobres y superpoblados como China y la India cuyo desarrollo económico muy rápido ha hecho aumentar enormemente la emisión de gases que, según los militantes climáticos, están provocando desastres ecológicos en escala planetaria.

Para los países más ricos y tecnológicamente avanzados, reducir tales emisiones y otras fuentes de contaminación no será tan difícil. En ellos, el aporte relativo de "los servicios" a la economía propende a crecer año tras año, de ahí la "desindustrialización" que tanto alarma a los lobbistas sectoriales, y los medios de producción propenden a hacerse más limpios por momentos. En el resto del mundo, en cambio, la situación es muy diferente. Muchos temen que, si procuraran adoptar las mismas pautas que las imperantes en países ya desarrollados en que tanto los gobiernos como los empresarios tienen que prestar atención a las protestas de activistas de clase media, tendrían que resignarse al atraso permanente.

Para solucionar este problema, algunos quieren que los países ricos en efecto subsidien a los demás, pero para que un arreglo de tal tipo sirviera para que los chinos, indios y otros decidieran cerrar fábricas contaminantes y usar menos carbón o petróleo, los costos serían tan elevados que ningún gobierno occidental podría aceptarlos. Así, pues, a menos que los avances tecnológicos que están registrándose lleguen a tiempo para que, a ojos de los líderes de los países asiáticos, africanos y latinoamericanos cuyos habitantes sueñan con disfrutar un día del mismo bienestar material que los norteamericanos, europeos y japoneses actuales, resulte viable un nuevo modelo de desarrollo que los ecólogos considerarían adecuado, lo más probable es que muy poco cambie y que, si bien la mayoría de los países ricos logre cumplir sus promesas, otros se nieguen a emularlos por anteponer los intereses inmediatos de sus propios compatriotas al destino hipotético de un planeta sobrecalentado.

Río Negro (Argentina)

 



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