En su visita a Turquía, un país ya casi libre de infieles gobernado por el islamista Recep Tayyip Erdogan, Francisco afirmó que "el Corán no es esto", que es "un libro profético de paz". ¿Lo es? Si lo fuera, enfrentar el peligro planteado por el islamismo militante sería fácil, pero por desgracia, como los yihadistas y los clérigos que los apoyan saben muy bien, el Corán contiene muchas exhortaciones a la guerra despiadada contra quienes se niegan a someterse a su voluntad, como la favorita de los terroristas del Estado Islámico: "Cuando te enfrentes a los no creyentes, hiérelos en el cuello hasta causar matanza". Se trata de una orden que pudo considerarse apropiada para el mundo brutal de hace 1.400 años, pero mientras que, andando el tiempo, los fieles de cultos antes intolerantes –como los católicos– se resignarían a convivir con otros en un clima de pluralismo ecuménico, a los musulmanes les ha sido difícil emularlos porque, según los líderes religiosos, hay que tomar al pie de la letra lo escrito en el Corán. Así, pues, los asesinos del Estado Islámico, Boko Haram, los talibanes y muchos otros pueden justificar lo que hacen a base de citas de su libro sagrado, que les pide luchar sin piedad hasta que el mundo entero se haya visto convertido a la única fe verdadera.

Por una mezcla de temor a las consecuencias de desafiar a los islamistas, el compromiso con la idea extraña de que en el fondo todas las religiones son buenas y la esperanza de que pronto surja un islam reformado compatible con la democracia liberal y desprovisto de la agresividad que siempre lo ha caracterizado y que, a juzgar por los resultados, le ha servido muy bien, los occidentales siguen insistiendo en que los tradicionalistas musulmanes no entienden su propio credo. Para explicar lo que está sucediendo, algunos lo atribuyen a los crímenes y errores perpetrados por europeos y norteamericanos, como si en su opinión los yihadistas no fueran realmente responsables de su propia conducta. Tal estrategia, por llamarla así, ha sido contraproducente. Lejos de convencer a los guerreros santos de que se han equivocado, les ha brindado más motivos para redoblar sus esfuerzos.

Con el apoyo subrepticio de gobiernos islamistas, que tal vez incluyan el turco, los soldados de Alá, tanto sunnitas como chiitas, se han multiplicado mucho últimamente. También se ha intensificado la "islamofobia" en Europa y Estados Unidos, de ahí el riesgo de que, como dijo hace poco el papa Francisco, ya haya comenzado una "tercera guerra mundial en pedazos, en capítulos". Igualmente pesimistas son aquellos militares norteamericanos que prevén que la campaña contra el llamado Estado Islámico durará dos o tres décadas. Sea como fuere, no se trata sólo de un conflicto militar sino también de uno cultural. A menos que los contrarios al islamismo asuman una postura mucho más firme en defensa de la libertad de expresión y el respeto por los derechos humanos fundamentales, en especial el derecho de cada uno a abandonar una fe religiosa determinada para adoptar otra, no habrá forma de derrotar a fanáticos que están resueltos a "limpiar" los países mayoritariamente musulmanes de minorías religiosas. Parecería que, de resultas del salvajismo de los yihadistas más crueles, en algunos países, como Irak, Siria, Libia e Irán, el islam está perdiendo terreno frente al cristianismo, el agnosticismo y el ateísmo. De ser así, la "tercera guerra mundial" a la que ha aludido Jorge Bergoglio, y que todos los días cuesta centenares de vidas, podría ser menos cruenta que las dos anteriores, razón por la que les convendría más a los occidentales concentrarse en ofrecerles a los habitantes de países islámicos alternativas religiosas o ideológicas menos peligrosas que la supuesta por un credo en que la palabra paz es sinónimo de sumisión.