Con todo, en opinión de la SIP, una entidad influyente que a través de los años ha procurado defender a los blancos de acoso autoritario, y otras organizaciones internacionales prestigiosas, hay un país de la región, Uruguay, en que la situación puede considerarse satisfactoria. Sería de suponer que el presidente José "Pepe" Mujica se sentiría gratificado por la buena nota así supuesta, pero pareciera que le gustaría más figurar entre los intolerantes que entre los líderes mundiales menos proclives a silenciar a los disidentes. Hace un par de días, atacó a la prensa uruguaya por difundir una "imagen negativa" de su país, lo que, a su juicio, es una consecuencia de "la enferma libertad de prensa" imperante y a la incapacidad, de quienes la aprovechan, de distinguir entre "libertad" y "libertinaje", un planteo que, debería de ser innecesario decirlo, le hubiera merecido la aprobación plena de la dictadura militar que lo encarceló y también de la argentina. En repetidas ocasiones, en ambos países, los uniformados que se ocupaban de temas mediáticos hablaron de la diferencia, a su entender fundamental, entre la libertad que, nos aseguraban, era buena, constructiva y positiva, por un lado y, por el otro, el libertinaje que era, en palabras de Mujica, "la deformación de la libertad" y que calificaron de algo malo, destructivo y negativo que se encargarían de reprimir. Por lo demás, el presidente uruguayo se ensañó con "el supuesto periodismo independiente", alineándose de esta manera con sus homólogos Cristina Fernández de Kirchner y los regímenes semidemocráticos de los países del bloque bolivariano, pero distanciándose de la mandataria brasileña, Dilma Rousseff, que ha dicho: "Prefiero un millón de voces críticas al silencio de las dictaduras".

Uruguay, lo mismo que Brasil y Chile, suele verse incluido entre los países latinoamericanos gobernados por demócratas cabales que, a pesar de tener buenos motivos para sentirse víctimas del maltrato injusto que les dan ciertos diarios, revistas y canales televisivos, entienden muy bien que es mucho mejor soportarlo de lo que sería procurar castigar a sus críticos multándolos, privándolos de ingresos, repartiendo la publicidad oficial según criterios políticos o ideológicos, obligando a los críticos más duros a enfrentar procesos judiciales largos y engorrosos, impulsando "reformas" legales como la ley de Medios kirchnerista o arreglándoselas para que empresarios amigos compren los periódicos más molestos a fin de "independizarlos". Puesto que la actitud asumida por los distintos gobiernos, y los argumentos, por lo común tendenciosos, que despliegan para justificar medidas destinadas a hacer callar a sus adversarios o intimidar a los periodistas para que se autocensuren, inciden en toda la región, el que un político respetado como Mujica, un exguerrillero tupamaro que se ha transformado en un moderado, haya adoptado el discurso de los contrarios a la libertad de expresión, sean militares como los funcionarios de las dictaduras militares que dominaban la región una generación atrás o los ideólogos supuestamente progresistas que han proliferado últimamente, es motivo de preocupación. América Latina en su conjunto es escenario de una batalla entre los autoritarios que quieren que todos piensen como ellos y los sinceramente comprometidos con la libertad de expresión, de suerte que el resultado de una escaramuza que tiene lugar en un país determinado impactará en el resto de la región. No cabe duda de que los kirchneristas, los partidarios del presidente ecuatoriano Rafael Correa y otros de opiniones parecidas han aprendido bastante de la experiencia de los chavistas venezolanos, mientras que la férrea defensa de la libertad de prensa ensayada por Dilma ha alentado a quienes de otro modo temerían que en América del Sur la democracia, cuya salud depende de la existencia de una prensa libre, pluralista y a veces escandalosamente irresponsable desde el punto de vista de los gobernantes, se diluiría hasta tal punto que sería muy difícil recuperarla.